Nos ha llegado la hora de construir una cultura de la vida

Autor: Germán Poveda Jaramillo
25 septiembre de 2017 - 12:08 AM

Discurso del profesor Germán Poveda Jaramillo, de la Facultad de Minas de Medellín, al recibir la orden Gerardo Molina, que le otorgó la Universidad Nacional en sus 150 años

Buenas tardes. Agradezco sinceramente al Consejo Superior Universitario y a los miembros de la Orden Gerardo Molina por honrarme con la orden que lleva el nombre del ilustre maestro. Extiendo mi gratitud a la Universidad Nacional de Colombia, que me ha dado el privilegio de dedicarme a enseñar e investigar con plena libertad de cátedra. Mi agradecimiento también es para profesores colegas, estudiantes y personal de apoyo académico y administrativo del Posgrado en Aprovechamiento de Recursos Hidráulicos y del Departamento de Geociencias y Medio Ambiente de la Facultad de Minas, con quienes he trabajado durante 28 años. Y por supuesto, agradezco a mis padres, a mi esposa Clara, y a mis hijos, Irene y Daniel, por su apoyo permanente, y por comprender mis largos silencios rumiando los pensamientos que demanda nuestra labor.

Me honra aún más esta distinción por ser el año en que se celebra el sesquicentenario de la Universidad, y el año en que se ha firmado el fin del conflicto con las Farc y su transformación en partido político. Creo interpretar bien el pensamiento del maestro Gerardo Molina al afirmar que éste es el acontecimiento más importante del último medio siglo en Colombia. Lo digo al repasar un pasaje de un discurso del maestro Molina en el Senado en 1985 sobre la política de paz del Gobierno Betancur:

Otra dificultad para la paz arranca de la guerra de las palabras; en un periodo turbulento como este, una palabra tiene un enorme poder explosivo para bien y para mal; cimentar, pues, las palabras que usamos es una medida indispensable para seguir avanzando en el logro entero de la paz”.

Esas palabras de Molina dichas hace 32 años aplican textualmente a la realidad de la Colombia de hoy. El fin del conflicto es un extraordinario logro del gobierno del presidente Santos, entre otras cosas porque ha tenido que hacerlo enfrentando una cizaña (¡cuan certera la metáfora del Papa Francisco!) envenenada de odio y de venganza, pero sobre todo que se resiste a perder unos privilegios que hacen de Colombia uno de los países más inicuos del mundo.

Quien les habla ha tenido el honor de pertenecer desde 1998 al Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático, el grupo de científicos que recibió el Premio Nobel de Paz en el año 2007. Ese privilegio me obliga a no desfallecer en mi lucha contra el cambio climático y la devastación ambiental. Lo considero un deber como investigador en un país tan insensible ante la degradación de sus ecosistemas. Por estas razones, este humilde profesor universitario se atreve a ponerle una tarea al presidente Santos: Un premio Nobel de Paz no puede retirarse a descansar a sus aposentos. Le queda una lucha por la paz hasta el fin de sus días. Hay que concretarla. La paz no es el silencio de los fusiles. Es necesario hacer muchas transformaciones sociales para lograrla. Tiene que seguir defendiendo su criatura, porque si no la destroza la cizaña.

Ahora que estamos tratando de terminar las guerras que por más de medio siglo hemos mantenido entre hermanos, es obligatorio clamar por el cese de la otra guerra que se está librando en Colombia. Y es la guerra contra nuestra madre, contra nuestra madre naturaleza. Es infame la manera como estamos acabando con nuestros ecosistemas, como estamos deforestando nuestros bosques [las motosierras no han dejado de resonar], como estamos contaminando nuestros ríos y nuestros aires, como estamos degradando nuestros suelos y mares, como estamos extinguiendo nuestra flora y fauna. En una columna reciente el profesor Julio Carrizosa decía que más del 40% de nuestros ecosistemas están deteriorados por procesos de erosión, deforestación, contaminación y extinción de la fauna silvestre.

La deforestación agudiza los periodos de sequía en épocas de poca lluvia o las inundaciones en tiempos de lluvias intensas. Sin duda, la deforestación de Colombia está relacionada directamente con los enormes impactos (sociales, ambientales, económicos y ecológicos) causados por los eventos de El Niño y La Niña. ¿Ya olvidamos las recientes tragedias de Mocoa y Manizales? De igual manera, la deforestación impacta el ciclo hidrológico en regiones tropicales, pues un alto porcentaje de las lluvias que caen en nuestras cuencas hidrográficas proviene del agua evapotranspirada por esos mismos bosques.

Todo esto sucede porque la economía tradicional no es honesta con el ambiente. Comete un error monumental la economía al valorar un bosque por el precio de su madera ó por lo que se obtiene al expandir la frontera agrícola o por una ineficiente ganadería extensiva. Es necesario reconocer el verdadero valor de los ecosistemas y compensar a las comunidades por su conservación. Por ejemplo, los bosques naturales proveen regulación hídrica, almacenan carbono y nos defienden del calentamiento global, evapotranspiran agua y por lo tanto refrigeran la atmósfera, controlan la erosión y la degradación del suelo, y albergan nuestra extraordinaria biodiversidad, entre otros servicios ambientales. Todos esos y muchos servicios de los sistemas de soporte a la vida deben ser cuantificados y deben formar parte de nuestro capital natural y de las cuentas económicas del país.

El hecho de preservar los bosques naturales no implica quedarnos de brazos cruzados frente a la belleza de la naturaleza. Los páramos y bosques tropicales están llenos de tesoros por descubrir, incluyendo nuevos productos y patentes, fármacos, compuestos químicos, nuevas moléculas, colorantes, odorizantes, saborizantes, resinas, productos genéticos, productos resultado de la bioingeniería y de la biomimética, todos los cuales deberán ser aprovechados en forma sostenible con altísimo valor agregado. Esta es la única y, tal vez, la última esperanza para que Colombia sea una potencia mundial económica. Pero para extraer toda esa riqueza hace falta investigación científica de punta que convoque a las ciencias exactas, físicas y naturales, incluyendo la biología, la genética molecular, la hidrología, la climatología y la ecología, para citar algunas. Es necesario apoyar los procesos de innovación y desarrollo biotecnológico que esto demande, y también es necesario echar a andar investigaciones transdisciplinarias sobre las interacciones entre los sistemas sociales y los sistemas naturales de Colombia, una tarea que no hemos comenzado a enfrentar. Pero, ¿cómo lograrlo si en el presupuesto presentado por el gobierno de Santos al Congreso para el 2018 sólo se aumenta el de las fuerzas militares, y simultáneamente se reduce el de todos los otros sectores de la sociedad, incluyendo el de CT&I? Tal decisión es incompatible con un Premio Nobel de Paz.

En síntesis, la deforestación está acabando con ese enorme potencial de Colombia. Se trata de una equivocación de gigantescas proporciones y una contradicción esquizofrénica de la sociedad Colombiana. Por eso es obligatorio detener la deforestación de nuestros bosques. Para ello es vital conseguir una regulación sólida del Estado, así como una valoración honesta de los sistemas de soporte a la vida, de tal manera que se los podamos preservar a las generaciones futuras. Colombia debe ponerse como meta un propósito nacional de cero deforestación ya mismo. No del 20% ni para el 2030 como se comprometió a hacerlo en el Acuerdo de Paris. Ese compromiso es muy pobre y muy tardío.

Pero frente al panorama del cambio climático y de la devastación ambiental veo luces de esperanza.

Esperanza: El Acuerdo de Paris.  

Esperanza: Los movimientos contra las políticas de Trump al interior de muchos estados y ciudades de EUA.

Esperanza: El cambio ético que se debe imponer en nuestra relación con la naturaleza (no tenemos un planeta infinito).

Esperanza: La encíclica Laudato si de Francisco, así como en las comunicaciones de todas las grandes religiones del mundo.

Esperanza: La crítica de Bill Gates al sector privado al llamarlo “inepto” en relación con el cambio climático.

Esperanza: El llamado del Banco Mundial y el FMI a ponerle impuestos al uso de combustibles fósiles.

Esperanza: Manifestaciones multitudinarias en todas partes del mundo demandando a sus gobiernos acciones para detener el calentamiento global y la devastación ambiental.

Esperanza: el libro “Prosperidad sin Crecimiento” de Tim Jackson.

Esperanza: La conciencia ambiental de los niños y los jóvenes.

Esperanza: La conciencia que se comienza a crear en las generaciones mayores cuando se pone de presente el tema de la justicia intergeneracional.

Finalizo con esta visión esperanzadora porque creo que los docentes, investigadores e intelectuales tenemos hoy una obligación en estos tiempos de post-verdad, de desdeño al conocimiento científico, y de renacer de un neo-fascismo global, y es la de contribuirle a la sociedad con una visión optimista del futuro, más aún en un país que naturalizó todas las formas de violencia al interior de su tejido social, y que ha vivido inmerso en la cultura de la muerte por tantas décadas. Nos ha llegado la hora de contribuir a la construcción de una cultura de la vida.  

 

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