Narrativas y realidades

Autor: Eufrasio Guzmán Mesa
9 enero de 2020 - 12:04 AM

Quiero saber si en Colombia vamos a pasar de la fase de protestas muy elocuentes a la realidad de las transformaciones

Medellín

Nada hay tan versátil como las narrativas; de hecho, ellas también tergiversan la acción y disfrazan la realidad. Dos casos emblemáticos he podido palpar este fin de año al viajar a Sonsón y a Abejorral; en ambos poblados son visibles los rasgos indelebles de la colonización antioqueña expresados en la configuración de los poblados y en la tenencia de la tierra. Contrariando la mayor parte de las narrativas sobre la colonización antioqueña lo que se palpa en ambos municipios es la existencia de una élite económica y política que socialmente ha mantenido por más de dos siglos el poder. Y es paradójico pues esos conglomerados se presentan como ejemplos vivos de una democratización de la riqueza y de las oportunidades, pero el estudio cuidadoso de la historia nos permite reconocer la existencia de unas élites que fueron los primeros pobladores y que por mucho tiempo han mantenido el control social, político y económico de unos territorios y lo han hecho literalmente a sangre y fuego. Contrasta esto con las visiones bucólicas y bondadosas que algunas historias nos presentan de la colonización como un ejemplo histórico de acceso de las clases populares a las oportunidades del progreso material, el ascenso social y las oportunidades políticas.

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Creo que el asunto se remonta a las visiones nunca cuestionadas de Parsons en su obra clásica sobre la colonización antioqueña del occidente. Los historiadores profesionales han insistido en la hipótesis contenida en esa visión y no han profundizado con detalle en los procesos económicos que estuvieron a la base de esa empresa generadora de riqueza y de poder. Confrontando esto con la historia inmediata de mis raíces familiares puedo observar una profunda contradicción entre esas ideas de la colonización como irrigación del bienestar y la realidad de una élite que ha recurrido hasta a la endogamia para mantener el poder político y económico por tanto tiempo. El ejercicio lo puede hacer cualquiera mirando sus raíces familiares y la suerte de ellas en el contexto social respectivo. No fueron los procesos de la colonización antioqueña el resultado de la democratización, en realidad fueron algunas cuantas familias las que se enriquecieron; unos cuantos individuos que lograron fundar bancos y generaron riquezas cada vez mayores que perduran hasta el presente. No fue Don Alejandro Ángel Escobar El Gran Patricio bondadoso que las narrativas presentan Y tampoco fue Lorenzo Jaramillo el altruista que los relatos dibujan.

Lo que acabo de mencionar es sólo un ejemplo de como las realidades están lejos de las narraciones. Se me ocurre otro ejemplo que pasa antes nuestros ojos y es el caso de las movilizaciones sociales de los últimos años como factores reales de cambio. ¿Cuáles movilizaciones mundiales han logrado objetivos transformadores en la última década? Hace ya varios años Harari predijo que ninguna movilización durante el siglo 21 lograría transformaciones de fondo en las sociedades respectivas y habría que hacer el balance de esas movilizaciones en todo el planeta y los logros reales. En Colombia estamos por asistir a la confrontación entre el sentido inicial, los resultados de la movilización y la conquista de resultados verificables.

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En concreto quiero saber si en Colombia vamos a pasar de la fase de protestas muy elocuentes a la realidad de las transformaciones; quiero saber si el pulmón de la movilización va a lograr algunos de los cambios que el sistema educativo requiere; en particular la universidad pública colombiana tiene un gran déficit en su democratización y en el acceso a recursos que le permitan abrir las puertas a los miles de bachilleres que han visto frustradas sus posibilidades de acceder a la formación universitaria. En este tema me atrevería a asegurar que, si no se democratiza el sistema universitario estatal, si no se fortalece económicamente el SUE, para ofrecer posibilidades a los miles de bachilleres qué año tras año engrosan la suma de los aspirantes, no estamos entonces logrando absolutamente nada significativo para la historia de la universidad colombiana. Me atrevo a hacer este pequeño reto para refutar o confirmar el título de esta columna sobre la realidad de las narrativas.

 

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