Todo eso que idolatramos como excelso tiene esa cara extraña si nos detenemos a mirarlo con cuidado.
La santa huye del voluptuoso
porque intuye la unidad
de las pasiones que los unen.
George Bataille
Esto se lo puede denominar de muchas formas, yo prefiero entenderlo como la capacidad alquímica de nuestra naturaleza humana. Es un poder de transformar la debilidad en fuerza, la amenaza en conocimiento, el incremento del riesgo en la capacidad de responder oportunamente, la crisis y el error en ocasiones de superar las debilidades. Esto se acumula y es la cultura, las civilizaciones, los múltiples modos de vivir y el rastro de saber que nos van legando conocimientos seguros: La rueda, la escala, la punta, el filo y luego cosas más complicadas como el tornillo o la vela para aprovechar el viento.
Del autoconocimiento se habla hace dos milenios y la tradición filosófica tiene mucho que decir, ha disertado por veinticinco siglos sobre el tema, pero las religiones como administradoras de algunas tradiciones sapienciales consideran que ellas tienen la última palabra. No hay razón para seguir las discusiones queriendo encontrar puntos fijos. Pero, disputa aparte, esos acervos humanos son lo que podemos llamar la sabiduría universal, sabiduría humana, más allá de culturas, lenguas o historia se imponen y podemos considerarlos como un legado milenario.
Por todo ese bagaje sabemos que la lujuria se expresa también en la contención excesiva, la autoinmolación y el sacrificio en el altar frío del ascetismo que considera el cuerpo como asunto pecaminoso. De igual manera, la gula ama disfrazarse de ayuno para devorar todas las sobras, o concentrarse en incorporar lo que no gusta a los demás. La poderosa avaricia se disimula bien con una generosidad aparente, superficial, pero vea usted que esta pasión triste crea la aldea humana y sus productos, casas, parques, iglesias. Monumentos lejanos a los egos que se difuminan como la niebla.
¿Y hemos acaso pensado en la pereza? No hay pecado más productivo en la historia de la especie. ¿O qué pensamos que motivó el teléfono, la estufa, el automóvil o la comunicación perfecta? Mencionamos la pereza, la conozco íntimamente, ésta habilidosa y creativa sí que se disfraza y tenemos que aprender a distinguirla en esa laboriosidad vacía, petición de rutinas huecas. “El perezoso trabaja el doble” sentencia el saber al que me refiero.
Se disfraza la ira de una seca bondad, sereno rostro del desprecio que no acepta ninguna diferencia y ninguna transgresión. A la envidia sí se le pone más fácil él que yo, pues está siempre ataviada y disfrazada con elogios. La loca mayor es la soberbia qué trata de parecer desesperadamente como si fuera humildad por sencillez y busca los caminos más extraños, se disfraza de doctrina o de teoría para hacer lo que le da la perdida gana.
Todo eso que idolatramos como excelso tiene esa cara extraña si nos detenemos a mirarlo con cuidado y por ello dudamos de la santidad de algunos que saben disfrazar sus colmillos de generosidad, de altruismo alambicado y corren a confundir a las huestes de ignorantes que se tragan el anzuelo pues no se han entrenado en diferenciar la genuina bondad del corazón con las otras caretas despiadadas del mal que hace su nido en el corazón humano.