Llámame por mi nombre

Autor: Álvaro López Rojas
13 febrero de 2018 - 12:09 AM

A esto debe concretarse el oficio del juez, a garantizar el bienestar de los sirvientes, pues de nada vale darle títulos distintos sin condiciones de buena vida y sin la defensa de sus derechos laborales y sociales.

No es bueno que le impongamos a las palabras contenidos que nada tienen que ver con su acepción; mucho menos lo es que en aras de una falsa solidaridad con grupos o universos de personas, los jueces de la República supongan de los vocablos y expresiones popularmente aceptados, alcances moralistas, antisociales o excluyentes, pues entre sus funciones está el de usar lenguaje llano y de fácil entendimiento. Por eso quien desempeñe el sublime oficio de la judicatura, debe estar en sintonía de su pueblo y sus valores, uno de los cuales es a no dudarlo el idioma. Un juez entonces debe ser culto y bien hablado.

El que sirve es sirviente o servidor. Esa denominación no es exclusiva del personal del servicio doméstico, aunque le hayamos idealmente identificado con una posición de sometimiento. Pero lo que realmente dignifica el oficio de sirviente, no es llamarlo de otra forma, sino darle tratamiento digno, retribuirlo como se merece. A esto debe concretarse el oficio del juez, a garantizar el bienestar de los sirvientes, pues de nada vale darle títulos distintos sin condiciones de buena vida y sin la defensa de sus derechos laborales y sociales. Ser sirviente es tan honorable como ser médico o ingeniero, solo hay que lograr equidad.

La pregunta se dirige hacia si el juez que trata de proscribir la palabra sirviente ordena con su fallo la modificación del artículo 880 del Código Civil, que habla de sirviente cuando se refiere al predio que reporta la utilidad en una relación de servidumbre. Pero hay otros casos de patetismo lingüístico como el del otro juez que ordena que una ciudad no es para todos sino “para todos y todas”. Parece que el propósito es darle visibilidad a la mujer en un momento en que la oleada feminista esta en furor. Lo curioso es que nadie está en contra, no hay contracorrientes en este sentido y la mujer se ha ido ganando su lugar en la sociedad.

Vea además: Improvisaciones, desconceptualización, mala ortografía

Inveteradamente se ha usado el uso genérico del masculino para incluir la totalidad de la humanidad, a hombres y mujeres o a ambos subgéneros cuando se trata de animales o cosas. Así, cuando se trata de la elaboración de una declaración universal de los derechos del hombre, no se está excluyendo a las mujeres, ni a los niños, ni a los que están por nacer. En este caso la expresión “derechos del hombre” indica que se trata de los derechos del genero humano, así como cuando se habla de los derechos del niño se incluyen a todos los infantes y menores, sin discriminación alguna por razones del sexo.

En la entramada lingüística aferrada a la tradición y el origen de las palabras, existen los sustantivos epicenos que no podrán ser eliminados por sentencia judicial. Hay menos malicia en las palabras de la que el feminismo a ultranza y los falsos defensores del hombre alegan. En la época de las violaciones, de los abusos deshonestos, de los acosos, hay que levantar la voz contra los excesos pues no es destrozando el idioma como se defiende la integridad física de las personas, no es diciendo “todos y todas” como se incluye. A las mujeres hay que respetarlas y a los hombres también, pero el idioma no tiene la culpa de los abusos. 

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