La soberanía del presidente

Autor: Fabio Humberto Giraldo Jiménez
19 noviembre de 2018 - 09:04 PM

En el mundo político contemporáneo la soberanía es un retacerío. Podemos identificar las más notorias y legitimadas: la del mercado y la del estado nacional. Pero a su vez, en los sistemas políticos basados en el contrapeso de poderes, la soberanía del estado nacional es compartida entre la autonomía del gobierno ejecutivo cuya figura es el presidente y la autonomía del legislativo cuya figura son los partidos políticos. 

En el mundo político contemporáneo la soberanía es un retacerío. Podemos identificar la del estado y la del mercado, y en el estado la soberanía es dual porque compiten la autonomía del gobierno ejecutivo representada por el presidente y la autonomía del legislativo por los partidos políticos. El presidente encarna la unidad nacional porque en él se unifica la diversidad de intereses, más aún en Colombia donde es elegido por votación universal directa para que se convierta en jefe del estado y jefe del gobierno. Por su parte en el Senado, sede del poder legislativo, los partidos expresan la diversidad de intereses sin más limitación que la que le imponen sus propios electores que incluye, por supuesto, a sus financiadores.

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La gobernabilidad, entonces, depende del equilibrio más o menos estable y sostenible de las dos soberanías, la del estado nacional y la del mercado, por un lado, pero también del equlibrio entre la diversidad de intereses representada en los partidos y esa misma diversidad representada en la presidencia. La fortaleza de las democracias modernas, que es al mismo tiempo su debilidad, radica en el concurso de estos poderes. Y muy seguramente existen otros  tan fuertes como ilegítimos en las entrañas de los subgobiernos, paragobiernos y criptogobiernos.

El presidente sabe que tiene dos frentes, situado el uno en la meseta de Llanogrande, sede alterna del Centro Democrático y el otro en el 1300 New York Ave NW, Washington, DC 20577, USA, sede del BID. Y que debe rendir cuentas a seis señorías. A la Ocde, porque para efectos de certificación tiene que dar resultados acordes con el ranquin de las sociedades “desarrolladas” o en proceso decidido de desarrollo económico, político y social, en su orden. A sus gobernados que son más que sus votantes y que evalúan su gestión generalmente a través de encuestas o, eventualmente,  durante las elecciones de traviesa y durante las generales en la cuales se juega la reelección. A sus votantes, representados por su bancada en el Senado liderada por un partido nuevo que considera su gobierno como una extensión de sus intereses específicos. Al líder de su bancada que se considera omnisciente. Al partido político en la vicepresidencia que juega a lo que siempre juegan todas las vicepresidencias: al poder sombrío. Y como no tiene un partido mayoritario, tiene que cuidar a los partidos independientes y de la oposición que constituyen una retaguardia por la que podria colarse ingobernabilidad y por tanto  insostenibilidad.

Pero todo el equilibrio en el manejo de esa señorías y por tanto del equilibrio entre las soberanías pasa por el hecho de que la Ocde le pide que convierta a Colombia en un país moderno de acuerdo con los estándares de economía capitalista y de democracia liberal que son características de los países del primer mundo. Tiene una pequeña ventaja en el hecho de que solo por la exigencia de la Ocde en el cumplimiento de los derechos propios de la socialdemocracia que son violados consuetudinariamente en el capitalismo desrregulado que es el verdadero capitalismo salvaje, solo por eso y no por otra cosa, los partidos de izquierda votan por el ingreso a la Ocde. Pero las exigencias que incluyen seguridad jurídica para la inversión, cuidado de la libre competencia, disminución de la  pobreza, estabilidad institucional, regulación del mercado laboral, tributación progresiva, regulación de la tenencia y explotación de la tierra, regulación de la explotación de recursos, medioambiente sostenible, monopolio sobre el uso legítimo de la violencia, control sobre la corrupción y la criminalidad, entre muchas otras, tienen todas ellas un costo social, económico y político muy oneroso y en el proceso de su cumplimiento se corre el gravísimo peligro de que terminen engordando los monopolios existentes que son los únicos que pueden costear lo que vale la modernización capitalista, empobreciendo a los que no pueden competir, cerrando aun más la movilidad social y desestabilizando costumbres ancestrales. Es decir, acabando con la base mayoritaria de partidos como el Centro democrático.

Talvez este cuadro de soberanías en vilo le permitan a uno entender, sin compartir, porqué el gobierno y el partido de gobierno, el Centro Democrático y su líder, expresan esa dualidad entre la modernidad que exige la Ocde y la premodernidad del capitalismo desrregulado y de una sociedad conservadurista; porqué actuan en dos frentes y porqué expresan con toda evidencia esa dualidad incluso desmintiendo su campaña electoral.

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Creo que es porque su supervivencia  depende de que se mantengan en esa dualidad. De hecho la mayoría de sus votantes son expresión sincera de una opción por la pobreza estable o una mediana comodidad a la que los ha aventado la incertidumbre producida por el capitalismo, otros son la expresión sincera del que quiere ser rico o está en trance de serlo y le estorban las regulaciones, otros la expresión sincera de monopolios que peligrarían con la regulación y, ni más faltaba, la expresión sincera de los que  han sido maltratados por un sistema excluyente no solo en el campo sino también en la ciudad.

En los primeros cien días de gobierno, el presidente rompió el equlibrio entre esas soberanías y resintió algunas de esas señorías. 

 

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