La educación: piedra de choque de la cultura

Autor: Ricardo Ernesto Torres Castro
14 julio de 2019 - 09:02 PM

Romper la campana es fundamental, la piedra que choca la campana para romperla es la educación, eso es lo que debe pasar cuando un estudiante de nuestras montañas antioqueñas ingresa a la universidad

Medellín

Ricardo Ernesto Torres Castro

El filósofo Wittgenstein, escribió un corto texto que tituló La campaña de cristal roja, donde se muestra el ideal de la cultura. “Si se compara con luz blanca el ideal puro espiritual (religioso), los ideales de las diversas culturas pueden compararse con las luces de colores que surgen cuando la luz pura aparece a través de cristales de colores... Imagínate un hombre que desde su nacimiento vive siempre en una estancia en la que la luz entra sólo a través de cristales rojos. Éste quizá no se pueda imaginar que exista otra luz que la suya (la roja); considerará la cualidad roja como esencial a la luz, en cierto sentido no notará en absoluto la rojez de la luz que le rodea. En otras palabras: considerará su luz como la luz y no como un tipo especial de turbiedad de la única luz (pues eso es en realidad). Este hombre se mueve de acá para allá por su estancia, examina los objetos, los juzga, etcétera. Pero dado que su espacio no es el espacio, sino sólo una parte –delimitada por el cristal rojo- del espacio, sólo con que se mueva lo suficiente chocará inevitablemente con el límite de ese espacio”. Pasa como consecuencia de lo anterior varias cosas: primero, quien esté dentro de la campana se puede dar cuenta de su limitación, pero no puede romper el cristal y acabará resignándose. Entonces se da cuenta que su luz no es realmente luz, o mejor la única luz. Segundo, se resignará a creer que hay un límite en los colores. Tercero, se genera un profundo conflicto al no poder ver otras luces y comparar la que siempre ha tenido. Hay una limitación por ver las cosas desde dentro y no poder ver las de fuera, o como lo que le puede suceder a muchas personas, creer que su cultura es la única, la mejor y la de más importancia, desconociendo que hay otras y que ninguna es más importante que otra. Creer que porque somos antioqueños somos mejores o únicos, nos limita la mirada y nos impide crecer.

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Si nos detenemos un poco en la primera consecuencia, el estar dentro de la campana, conciencia de su propia limitación, paraliza la posibilidad de romper el cristal, de atreverse a ver más allá de lo que se tiene, y porque tiene sólo una condición de apreciar la misma luz, termina resignándose. La campana a la que hacemos referencia es fácil de identificar, muchos lo llaman contexto, terruño, pueblito, departamento, ciudad u otros. Ser ciudadanos del mundo debe dejar de ser un simple eslogan, es la condición natural de quienes ingresan a una universidad. Contrario a quienes por cuenta de la marginación, exclusión y pobreza no ven otra posibilidad que la de sumirse en su propia luz, vivir de ella sin poder dar el salto a las otras luces por cuenta de factores socioeconómicos. La educación nos libera, nos emancipa, aleja de nosotros la pobreza, nos permite transitar por la campana apreciando las diferentes luces, dándonos la posibilidad inclusive de romper la misma campana para que otras luces puedan entrar.  Cuando únicamente contamos con una sola luz, es muy frecuente que haya un único esfuerzo, ya que sólo hay un día por el que hay que trabajar, el día a día que me asegura un hoy en tensa calma. Cuando dicha luz, solamente permite apreciar lo único que se me presenta en términos de posibilidad, entonces nos damos cuenta que la luz no es realmente luz, o mejor, la única luz.

La segunda consecuencia a la que nos enfrentamos es la de resignarnos a creer que hay un límite en los colores. El saber que hay condiciones de posibilidad para apreciar las diferentes tonalidades y la imposibilidad para acceder a ellos por el límite que mi luz le pone a las otras luces, se ve frecuentemente vinculado con los ámbitos mismos en los que se desarrolla el hombre. En este orden de ideas, se hace necesario que un factor externo ingrese en la campana, rompa una parte de ella y permita que los colores se mezclen.  Intentaré asumir la actitud del que quiere romper la campana e introducirme en el espacio y la luz. La aplicación que da Wittgenstein es: “el hombre en la campana de cristal roja es la humanidad dentro de una cultura determinada, por ejemplo, dentro de la occidental, que comenzó aproximadamente con la migración de los pueblos y alcanzó una de sus cumbres –creo que la última- en el siglo XVIII. La luz es el ideal, y la luz turbia el ideal de la cultura. Éste se considerará el ideal mientras la humanidad no haya llegado todavía al límite de esa cultura. Pero tarde o temprano llegará a ese límite, pues toda cultura es sólo una parte limitada del espacio”. Si el hombre se encuentra en la campana de cristal roja y simulamos que la campana corresponde a la cultura determinada, la luz que en ella se proyecta corresponde al ideal mismo que se ha venido conformando a través del tiempo y, la luz turbia es precisamente la superación del ideal conformado y el establecimiento de un nuevo estatuto cultural. Dicho estatuto parte de la posibilidad de reconocer la luz de las otras culturas y a los sujetos mismos que están presentes en ellas. Seguido al reconocimiento, la campana debe generar las condiciones necesarias para que las tonalidades que expelen las luces sean aceptadas por quienes durante mucho tiempo sólo reconocieron la suya como única y verdadera.

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Romper la campana es fundamental, la piedra que choca la campana para romperla es la educación, eso es lo que debe pasar cuando un estudiante de nuestras montañas antioqueñas ingresa a la universidad, se debe romper su propia campana para que él pueda apreciar otras luces, dejarse iluminar por otras, no sólo la suya, por eso las universidades tienen oficinas de internacionalización, ya que estas buscan ser esas piedras de choque que posibiliten encuentros. Las nuevas tonalidades que se perciben en la campana de cristal roja motivan a nuestros estudiantes a viajar, a conocer nuevos idiomas, dialectos, culturas, necesidades, arquitecturas, climas, comidas, personas diversas que iluminan la campana. Ser ciudadanos del mundo es la consecuencia de una formación verdaderamente integral que fundamenta su pedagogía en las distintas situaciones, ambientes y problemáticas. “Se puede decir, pues: el ser humano importante siempre tiene que habérselas de algún modo con la luz (esto le hace importante), si vive en medio de la cultura tiene que habérselas con la luz coloreada, si llega al límite de la cultura ha de enfrentarse a ella y, entonces, es ese enfrentamiento, su tipo y su intensidad, lo que nos interesa de él, lo que nos conmueve de su obra.” (Wittgenstein).

 

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