Embriagados por el belicismo de Maduro, esta vez redactaron un texto para invertir la realidad de las cosas, como de costumbre, y para cumplir con el ritual de proteger de alguna manera el pellejo de la abyecta tiranía.
El senador Iván Cepeda Castro se comporta como un agente de la dictadura de Nicolás Maduro y como un encubridor de la crisis humanitaria de Venezuela. El acaba de firmar una carta dirigida al presidente Iván Duque en la que un puñado de activistas de la corriente comunista dicen que rechazan “cualquier beneplácito o acción que implique la participación de Colombia en una confrontación armada con Venezuela”.
¡Que hipocresía! Ellos saben muy bien que el peligro de una “confrontación armada con Venezuela” viene de Caracas, no de Bogotá ni de Washington. Si de “confrontación armada” se trata es del lado venezolano que hay que buscar las motivaciones. Es allá donde los terroristas del Eln y de las Farc son armados y protegidos. Es de Caracas de donde parten las amenazas más escalofriantes contra Colombia. Pero ante éstas, Cepeda y sus amigos no abren la boca.
Embriagados por el belicismo de Maduro, esta vez redactaron un texto para invertir la realidad de las cosas, como de costumbre, y para cumplir con el ritual de proteger de alguna manera el pellejo de la abyecta tiranía.
Colombia jamás ha amenazado a Venezuela con un ataque militar. Washington tampoco. Quien amenaza a Colombia son los bonzos chavistas. Otra cosa es que Estados Unidos, Colombia y los países del Grupo de Lima, en revuelta contra los horrores que están ocurriendo a diario en Venezuela y empeñados en seguir ayudando a los millones de víctimas del “socialismo del siglo XXI”, se vean precisados a responder si tales acciones son atacadas militarmente por la narco dictadura cubano-venezolana.
El polémico congresista y los firmones le dieron la espalda desde hace 20 años al pueblo venezolano y se han convertido en cómplices de los hambreadores. Ellos insultan la ayuda humanitaria a la población del vecino país recitando, con Maduro, que son preparativos de guerra.
Cuando los intereses de Colombia están en juego, esas personas se muestran dóciles ante el agresor. El 12 de diciembre pasado, cuando Maduro vociferó que le iba a dar a Colombia “una lección de fuerza que no olvidará en mil años”, los comunistas no protestaron. Ellos están convencidos, como Maduro, que “Estados Unidos y Colombia darán un golpe para poner fin a la revolución bolivariana”. El hundimiento de ese reinado de sangre, saqueo y opresión es lo mejor que le puede pasar al mundo.
Nada respondieron las buenas almas compungidas del cepedismo cuando Pedro Carreño, sulfuroso militar retirado y jefe chavista, proclamó, el 9 de julio de 2018, que Venezuela tiene planes para realizar ataques aéreos con aviones de combate “contra varios puentes ubicados en el río Magdalena”. Carreño es de los fanfarrones que cree que puede intimidar a los presidentes Donald Trump e Iván Duque diciendo que “si Estados Unidos invade a Venezuela”, Maduro enviará los Sukois que le ha cedido Putin para “incomunicar a Colombia por vía terrestre” y “destruir los siete puentes que tiene el país sobre el Rio Magdalena”, pues su objetico es “dividir a Colombia en dos”.
Los mamertos tampoco dijeron nada cuando Maduro improvisó, en noviembre de 2018, pocos días después de que Brasil eligiera a Jair Bolsonaro como presidente, unos simulacros de maniobras militares con ayuda de Vladimir Putin, quien envió a Venezuela unos aviones capaces de transportar bombas y misiles nucleares. Ahí los cepedunos no vieron ningún “peligro de confrontación armada”. No se dijeron “preocupados” por la suerte de Colombia.
Por fortuna, no todos piensan como esa franja perdedora. Ante las maniobras militares en Venezuela, la senadora María Fernanda Cabal, del Centro Democrático, declaró: “Son mensajes amenazantes, son mensajes contra Trump, contra Colombia, contra el cambio que se ha producido en la política en América Latina”.
Tampoco dijeron nada en 2013 cuando un enorme bombardero ruso, respaldado por dos aviones de largo alcance tipo MiG-31, violaron el espacio aéreo colombiano con el pretexto de que realizaban unas “operaciones navales y aéreas” con Venezuela y Nicaragua.
El partido que, por órdenes de Stalin, al comienzo de la guerra fría, organizó a las Farc y dirigió esa maquinaria terrorista durante décadas y mató a cerca de medio millón de personas, trata ahora de aparecer como un apóstol de la paz. En su carta a Duque desfiguran la historia al decir: “Colombia ha padecido ya 60 años de confrontación armada que hemos buscado resolver mediante diálogos de paz y no podemos permitir que usted y el gobierno nos conduzcan a una nueva confrontación armada, ahora de alcance internacional”. Falso. Esos 60 años no fueron de “confrontación” sino de agresión armada unilateral de las Farc y de los otros cuatro aparatos de guerra que, con el apoyo de la Urss, China, Cuba, RDA y Albania desataron una guerra feroz contra la sociedad y el Estado colombiano.
Los “diálogos de paz” solo le dieron una forma más retorcida a esa agresión. Colombia no busca una “nueva confrontación armada internacional”. El brutal régimen narco-chavista y sus aliados rusos, chinos y cubanos son quienes la preparan para evitar el derrumbe final. Pero ni los comunistas bogotanos creen que ese colapso sea evitable. No es sino leer el amargo editorial del semanario Voz de este 14 de febrero. La caída del tinglado chavista lo resumen así: “Todo eso se fue a pique. De manera lenta, como ejecutado con sumo cálculo y paciencia por un demiurgo del mal. La revolución bonita, la más pacífica e inesperada, la de rostro bolivariano, la que extendió su mano solidaria a Cuba y se abrazó con Fidel en un histórico venceremos, parece enfrentada hoy a su última batalla.”
Lo que cuenta es que en esa “última batalla” los verdugos agonizantes de Caracas no puedan apoderarse de un solo palmo de tierra, de la tierra patria colombiana.
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