Esperar

Autor: Saúl Álvarez Lara
11 mayo de 2020 - 12:08 AM

Es evidente también que no hay espera que no pase por el trance del alargue.

Medellín

Esperar es función difícil. El tiempo se hace eterno y la espera se convierte en fuente de duda. “El que espera desespera” dicen. La espera desglosa el tiempo. Situaciones que no ocurren con frecuencia se repiten mientras se espera. Nadie tiene por qué saber que uno está a la espera de algo, de alguien, y si algo o alguien se repite en su paso o en sus gestos, no es su culpa, la repetición es el precio de la espera, de cualquier espera.

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Esperé en una esquina por alguien que no llegó. Sucedió lo de siempre en esos casos, terminé por convertirme en árbol, en motocicleta como las que estacionan del otro lado de la calle o en automóvil como los que pasan sin saber que espero. Fácilmente algún distraído me hubiera tomado por vendedor ambulante; quizá hubo quienes vieron en mí una estatua de esas que se paran en esquinas o en plazas, representan papeles naturales y reaccionan con movimientos mecánicos cuando escuchan el chocar de monedas en el tarro a sus pies. Temí que alguien me tomara por la estatua del “hombre con morral al hombro que espera” y no me moví. La espera fue larga, eterna se podría decir, porque no terminó, quien debía llegar no llegó y en la medida en que los otros se repetían con sus paquetes bajo el brazo o sus bultos al hombro, incluso con bandejas de almuerzos recubiertos con papel celofán y circulaban a mi lado sin verme, incesantes, yo pasaba de planta a mineral y luego a ser viviente pero inmóvil.

Es claro que siempre estamos a la espera de algo, de una fecha, de un dinero, de un proyecto o de cosas que van a llegar pero no sabemos cuando. Esperamos siempre. Dicen que Leo Castelli, el reconocido corredor de arte y galerista de Nueva York, gran promotor del Pop Art Americano y hombre de mundo, almorzó todos los días y en ocasiones cenó, la misma pizza con aceitunas trituradas a mano y anchoas frescas, en la misma pizzería de Little Italy. El señor Castelli no esperaba nada distinto del medio día y en ocasiones, del anochecer.

Esperar es una función que llevamos instalada para aplicar en la tierra de nadie donde todo sucede. Esto no quiere decir, sin embargo, que haya lugares específicos para la espera, lugares donde, en apariencia no sucede nada de lo descrito en la esquina o en la calle, sin embargo adentro o afuera en momentos de espera sucede siempre lo mismo. Bajo techo, en salas de espera, por ejemplo, no hay el mismo movimiento que en la esquina, no pasan carros, ni personas con paquetes o bandejas de almuerzo, nada de eso. Quien espera no espera de pie, espera sentado y, aunque no lo crean están en la misma función de espera y lo saben pero no lo reconocen, podrían ser árboles o automóviles o piedras, no se miran y no expresan sentimientos, se ignoran. Nadie nota cuando otro se va, vuelve o cuando hay nuevos que llegan. Ninguno es, ninguno existe a ojos del otro, de donde se puede deducir que la espera, en cualquier lugar, a la intemperie o bajo techo, está al origen de una suerte de pudor dominante que es necesario disimular a cualquier precio, incluso al precio de pasar por piedra, árbol, sofá, planta de interior o almuerzo recubierto con papel celofán. Es evidente también que no hay espera que no pase por el trance del alargue. Hay quienes pierden la paciencia, se paran, se sientan, miran con ojos perdidos y olvidan la paciencia que los tenía investidos de piedras o de árboles. Son pocos pero existen y en ocasiones están al origen del descontento, sin embargo, como en la mayoría de los casos, la espera se da por natural y en general se disculpa el descontento de quien que ha sido tomado por inerte, sin sentimientos, ni afugias, ni afanes, no se tiene en cuenta y pasa desapercibido para todos.

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La espera nos acorrala. Hay quienes esperan cambios, hay quienes no. Los hay que esperan que acabe pronto y también los hay que ignoran qué camino coger. Esperamos que termine pero cuando termine seguiremos esperando, como antes. Es nuestra naturaleza…

 

(Medellín, cuarentena del 2020)

© Saúl Álvarez Lara 2020

 

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