Elecciones 2018: educación y los presentes inminentes

Autor: Alejandro Álvarez
10 febrero de 2018 - 12:06 AM

La responsabilidad que el individuo presente tiene con respecto a los individuos del futuro no se limita únicamente a su descendencia, a sus individuos, sino que se extiende al colectivo

Con mayor frecuencia deberían pasarse por nuestra cabeza algunas preguntas relativas al futuro. No para dejar de vivir en el presente, por supuesto, pero sí para propender por un devenir menos tormentoso, más pleno y armonioso. Por un lado, porque, al fin y al cabo, el futuro de cada uno es un tumulto de sus presentes -más o menos inminentes- en los que seguramente continuará la búsqueda de bienestar, de un buen vivir. Por otro lado, porque las preguntas por el futuro, en general, tienen una estrecha relación con la justicia, especialmente desde la perspectiva de lo intergeneracional. En otras palabras: la preocupación de un individuo por lo que pase en el futuro no depende únicamente de si tendrá que ver con sus presentes “por-venir”, sino que, por ser parte de una sociedad, esa preocupación debe tener que ver también con la dignidad y el bienestar de otros individuos. Más claro aún: ¿qué mundo, qué país, qué ciudad, qué barrio, qué hogar tendrán que habitar las personas que apenas están comenzando a vivir o que todavía están por nacer? ¿Qué oportunidades para una vida digna tendrán? Y que quede claro: la responsabilidad que el individuo presente tiene con respecto a los individuos del futuro no se limita únicamente a su descendencia, a sus individuos, sino que se extiende al colectivo. En Colombia, por ejemplo: ¿cómo podemos garantizar que en 20 años niños y niñas no sigan respirando un aire venenoso en las ciudades principales, ni en ningún otro lugar?, ¿que en 10 años los jóvenes no sigan dejando la vida en un campo de batalla?, ¿que en no se continúen depositando toneladas de mercurio en los ríos?, ¿que no se perpetúen las violaciones y el maltrato a la mujer?, ¿que no se desborden los rellenos sanitarios?, ¿que nuestras instituciones brillen por la integridad y no por la desvergüenza de sus miembros?

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Para dar respuesta a estas preguntas y forjar ese porvenir deseado (caracterizado por una relación armónica entre nosotros y con la naturaleza de la que somos parte), nuestro sistema educativo debe reestructurarse. Y esto se debe hacer para que todas las personas (en su niñez, su juventud y su adultez) adquieran conocimientos y capacidades para darle forma a un futuro sostenible. La cobertura universal es una de las prioridades esenciales y obvias de la educación, pero no basta con llevarla a todos los rincones: hay que preguntarse qué es lo que se está llevando. Y ahí se entra a la cuestión del aseguramiento de la calidad que, de manera similar, tampoco es suficiente si no se define de manera concreta y clara a qué se refiere esa buena calidad. Una educación de calidad no sólo permite formar buenos bachilleres o buenos profesionales: forma buenas personas y buenas sociedades. Beatriz Restrepo entrega una maravillosa definición: la educación como “autoformación integral tanto individual como social, para la vida (social, política y moral) y que, además, […] dura toda la vida”. Apostarle a una educación de calidad, en esos términos, no significa entonces estimular únicamente el dominio cognitivo del ser humano individual. Es necesario pensar además en un dominio socio emocional y uno conductual y en cómo los contenidos y las estrategias se alinean realmente con este propósito. No se gana nada con declarar las mejores intenciones si se continúa con los mismos programas de siempre. Como se consignó en el Plan de implementación internacional del Decenio de las Naciones Unidas para la Educación para el Desarrollo Sostenible (EDS): “no se propiciará un futuro más sostenible impartiendo simplemente más educación. De lo que se trata en realidad es de mejorar su contenido y pertinencia”.  

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A pesar de que en este momento de inmadurez colectiva es preciso mantener una serie de medidas punitivas para que no nos matemos, no seamos corruptos, no acabemos con la naturaleza, etc., hay que reconocer que es extremadamente desgastante fungir como muro de contención que evita que se derrumbe una montaña erosionada. Es posible detener el derrumbe y a la vez combatir la erosión de la sociedad y de los ecosistemas. La mejor forma de hacerlo: la educación. ¿Entienden sus candidatos esto? ¿Lo tendrá usted en cuenta para su elección del 11 de marzo y del 27 de mayo?

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