La ventaja práctica de la multilateralidad en las relaciones entre países es que un grupo de ellos, pares en cuanto a soberanía nacional aunque desiguales en cuanto a poder global, se ponen de acuerdo de manera expedita para bautizar o legitimar un régimen y para anatematizar y deslegitimar otro.
Los organismos internacionales creados para la soñada “Paz perpetua” entre todas las naciones son débiles e ineficientes frente a fenónemos incontenibles e incontinentes como las guerras, frente al avasallante poder del mercado, frente a un país incómodo para otros o frente a un gobierno que tiraniza y violenta a sus ciudadanos. Pero además no están hechos para las urgencias en las que es evidente que no actúan, no pueden actuar o llegan tarde. No existiendo una normatividad exigible ni condiciones materiales para su eficiencia, los gobiernos de muchos países, aún siendo miembros, se comportan de manera similar al que es propio del “estado de naturaleza” descrito por Thomas Hobbes o del “estado prepolítico” del que hablara John Locke o como si vivieran en el difuso “estado de opinión” tan socorrido por los populismos de izquierdas y derechas.
Por estrategia política, se ha inventado un método político hipócritamente intermedio entre la crudeza y el patetismo del estado de naturaleza y la calculada ineficiencia de los organismos internacionales. Se trata del multilateralismo que tiene apariencia de legalidad pero opera en el mundo de la legitimidad. Es el método político que se usa hoy para “regular” las relaciones internacionales cuando no operan o no se quiere que operen los organismos internacionales.
La multilateralidad consiste en acuerdos ad hoc para solucionar un problema específico con un fin concreto, sin los protocolos y obligaciones jurídicas y políticas que exigiría un acuerdo universal, abstracto, obligatorio y sostenible como corresponde a los acuerdos políticos sellados como contratos jurídicos. El término proviene del mundo de los negocios privados que quieren desregulación y se ha traspolado a las relaciones internacionales para referirse a pactos provisionales hechos para la ocasión y a la medida de la situación.
En el entendido de que al capitalismo internacional desregulado le viene bien un mundo sin fronteras nacionales, “ancho y ajeno” y adaptable a cambiantes circunstancias, también le viene bien el multilateralismo. La ventaja práctica de la multilateralidad en las relaciones entre países es que un grupo de ellos, pares en cuanto a soberanía nacional aunque desiguales en cuanto a poder global, se ponen de acuerdo de manera expedita para bautizar o legitimar un régimen y para anatematizar y deslegitimar otro. Se busca con ello “guardar las apariencias” de legalidad aún con eufemismos redundantes como el de “cerco diplomático” menos estridente para la mojigateria que el de “bloqueo” o apelando a la intervención militar multilateralmente justificada y “multilateralmente ejecutada” para “esconder” el papel principal de poderes imperiales. Es como si cada uno de los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU pudiera crear una réplica ocasional para sacudirse del limitante veto de sus pares, con la ventaja de que cuando desapare el motivo desaparece el pacto y con ello esa especie de Consejo de Seguridad espurio. Solo así podría uno entender el origen, el papel y el propósito tan distinto de Unasur y del Grupo de Lima, por ejemplo.
Para desconsuelo de adoctrinados irredentos, ese recurso a la multilateralidad, distinto al acuerdo entre todos que adquiere forma de contrato exigible, ha sido y sigue siendo socorrido con la misma fruición y eficiencia por tirios y troyanos y ha sido aplicado a países y naciones de diverso régimen o ideología y por países poderosos de aquí y del otro lado de la “cortina”, precisamente por ser ocasional, circunstancial, expedito, expeditivo y expedicionario. Si ustedes me permiten el término, el multilateralismo político es una especie de lavandería de uso libre. En ese sentido no es sincera toda la alaraca que pretende justificar intervenciones multilaterales en las presupuestas superioridades morales, ni son sinceras las elegías a la democracia, ni son angélicas las ayudas humanitarias.
Como la capacidad política y jurídica de los venezolanos para resolver por si mismos su poblema fue rebasada, el caso ya no es asunto nacional; tampoco es un asunto internacional porque no es aún problema entre estados. Está siendo resuelto con el método político del multilateralismo que le viene bien al caso porque se está aplicando a un nacionalismo populista que cerró su piscina petrolera, frenó el capitalismo de mercado y concentró el poder creando un problema grave no solo para los venezolanos sino también para un grupo grande de países a quienes no les incomoda tanto el régimen como las consecuencias económicas de sus decisiones. Por supuesto que no sobra decir que a Maduro le está pasando lo que le puede pasar a todos lo cratófilos viciosos: que sueñan con la eternidad pero los despierta un cucú.
Para que el multilateralismo funcione con mayor eficiencia se vacía de contenido jurídico el régimen que es objeto de deslegitimación. Al quitársele subjetividad jurídica al régimen venezolano se le desvincula de las normas del derecho interno de Venezuela y de las normas vigentes del derecho internacional. Se traslada la solución a la política. Por eso el caso venezolano se está tratando de la misma manera que se tratan los asuntos del mercado sin reglas en el que son más importantes la legitimidad, la percepción y la opinión que la legalidad y el contrato jurídico. El siguiente paso sería quitarle “humanidad”para poder justificar la guerra.
Como la legitimidad depende de la percepción de que algo es correcto y deseable, esa percepción ya la perdió el régimen venezolano aunque no haya perdido el poder y aunque lo pueda sostener, como es bastante probable. Pero aunque eso sea cierto y sea coreado y cantado, perifoneado y repetido, su pérdida de legitimidad no hace mejores a quienes le están quitando legalidad, legitimidad y “humanidad” aunque los haga más poderosos si lo logran.
Siendo hoy un asunto de poder neto, la pelea es por la legitimidad. Y esa no se resuelve en ningun estrado porque no es asunto de jueces sino de políticos. El problema es que algunos de estos políticos viven aún en el salvaje oeste norteamericano -son buhoneros y pistoleros- y necesitan con urgencia ganar próximas elecciones.
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