Detrás del mostrador

Autor: Laura Cecilia Bedoya Ángel
15 septiembre de 2019 - 11:10 PM

En los versos de Carriego, la mujer que está detrás del mostrador es una alegoría de las sirenas, no sólo por la visión que ella proyecta al enseñar sólo la parte superior de su cuerpo de mujer, sino porque está allí para atraer a los hombres.

Medellín

Bandoneón, tengo invitado al poema Detrás del mostrador, de Evaristo Carriego y justifico su presencia porque me ha sugerido la figura de las sirenas, criaturas acuáticas femeninas, seres míticos, símbolos de la seducción y de la perdición.

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A ellas las encontré en el Canto XII de La Odisea, cuando Ulises quien había regresado del Hades recibió la visita de Circe, quien así habló: “…tú escucha lo que voy a decir y consérvate un rey su recuerdo.

Lo primero que encuentres en ruta será a las Sirenas que a los hombres hechizan venidos allá. Quien incauto se les llega y escucha su voz, nunca más de regreso el país de sus padres verá ni a la esposa querida ni a los tiernos hijuelos que en torno le alegren el alma.

Con su aguda canción las sirenas lo atraen y le dejan para siempre en sus prados; la playa está llena de huesos y de cuerpos marchitos con piel agostada. Tú cruza sin pararte y obtura con masa de cera melosa el oído de los tuyos: no escuche ninguno aquel canto; sólo tú podrás escuchar si así quieres, mas antes han de atarte de manos y pies en la nave ligera.”

Por otra parte, el mito de las sirenas ha viajado desde la Odisea hasta Calderón de la Barca en El golfo de las sirenas, a Augusto Monterroso en La sirena inconforme y a Dante Alighieri en La Divina Comedia, en el Canto XIX del Purgatorio.

La iconografía de las sirenas es rica, ejemplos son las pinturas de Jhon Williams Waterhouse, los grabados en las cerámicas griegas y la escultura que del cuento infantil La sirenita de Hans Christian Andersen se encuentra en Copenhague. Todos los ejemplos anotados van indicando la permanencia del mito en el imaginario colectivo, que se va encarnando en distintas expresiones, es por eso que es hora de presentar el poema elegido:

 

“Ayer la vi, al pasar, en la taberna,

detrás del mostrador, como una estatua…

Vaso de carne juvenil que atrae

a los borrachos con su hermosa cara. (…)”

 

Y está aquí porque las líneas de Evaristo Carriego sugieren una sirena, y lo digo por la analogía que he encontrado con el siguiente pasaje de Ulises de James Joyce en el capítulo 11, donde hace alusión a las sirenas: “No sólo por el predominio del canto y la música en el capítulo, sino concretamente por las dos camareras- bellas mujeres de medio cuerpo arriba-lo que asoma por encima del mostrador del bar-(…)” (1)

Así que en esta simbología de Joyce, el mostrador reemplaza el cuerpo de pájaro, como en los textos homéricos, o el cuerpo de pez que le dan la Edad Media y los románticos.

Por otra parte, voy a retomar las palabras de Circe, hablando del hechizo y la seducción que producen estos seres, es por eso que en los versos de Carriego, la mujer que está detrás del mostrador es una alegoría de las sirenas, no sólo por la visión que ella proyecta al enseñar sólo la parte superior de su cuerpo de mujer, sino porque está allí para atraer a los hombres con su belleza, así como el rasgo tradicional con que se nos ha transmitido la esencia de las sirenas, enigmáticas, deliciosas, peligrosas y la encarnación de la tentación.

Es claro el escenario que presenta el poeta, una figura quieta en medio de un grupo de borrachos, cuyo estado invita al lector a pensar en el movimiento y la algarabía del lugar, donde nadie escucha a nadie.

Alguna manera de entender este fenómeno de atracción es estudiar un poco la etimología de la palabra sirena, hay quienes hablan de una raíz semítica que significaba cantar, pero la mayoría piensa que viene de la palabra griega seirá, que significa cuerda. Por eso es que ellas atrapan con su canto y con su belleza, como en el poema Detrás del mostrador.

Es importante recalcar que los poemas de Evaristo Carriego no fueron llevados al tango directamente, pero sí sus ideas y temas , por eso la mujer que atiende en el cabaret, una mujer de la noche, ha inspirado tangos como La Última grela de Horacio Ferrer y Carne de Cabaret de Luis Roldán (1920), veamos:

 

“Pobre percanta que pasa su vida
entre la farra, milonga y champán,
que lleva enferma su almita perdida… (…)”

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Letras que hablan de nichos que no son nichos, y de la buscada diversión, que no lo es, seres que están en el juego del destino como fatum, la suerte que ya está escrita, y lo dice muy bien el poeta en Detrás del mostrador:

 

Quién sabe por qué mano que la empuja,

casi siempre, hasta el sitio de la infamia…(…)”

 

Y en el camino del cabaret, llegamos hasta el tango La última grela de Horacio Ferrer con un recitativo que lo precede:

“Fueron hace mucho, las románticas proletarias del amor, la noche les puso nombre con seducción de insultos, paicas, locas, milongas, percantas o grelas. (…)”

Alguna se enamoró de aquel bandoneonista y por amor, ganó. Para otras la derrota fue mucha, terminaron atendiendo los guardarropas de damas, de esos mismos cabarets.

Acaso se fueron todas juntas, un día, como si fueran una pequeña y extinguida raza con ojeras.”

 

  1. Joyce, James: Ulises: Editorial Lumen, 7ª edición 1999. Pág 52.

 

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