Descubriendo a Colombia

Autor: Johnatan Clavijo
23 febrero de 2017 - 12:00 AM

Visitar esta zona es ser testigo de las violencias que produce el abandono del Estado y de las injusticias del aprovechamiento económico sin beneficios para la comunidad.

El río Putumayo a la altura de Puerto Asís es ancho, caudaloso y turbio. En sus orillas, una arena delgada forma un ambiente similar al de una playa, lo que incrementa exponencialmente la belleza de este lugar que goza de su punto culmen en el atardecer, cuando un cielo naranja y azul dibuja un paisaje para no olvidar.

De forma natural, este río divide al municipio de Puerto Asís en dos: en la parte norte se encuentra la cabecera municipal y en el sur están ubicadas algunas veredas como Puerto Vega, Campoalegre, La Carmelita o Teteyé, esta última especialmente recordada por ser el punto limítrofe con Ecuador donde fue muerto el miembro del secretariado de las Farc, alias Raúl Reyes.

Cuentan los pobladores de Puerto Asís que hace algunos años era impensable atravesar el río Putumayo, de la cabecera municipal a la zona rural limítrofe con Ecuador, sin que lo conocieran a uno. “Todo esto era de las Farc”, dice un transportador que hace las veces de taxista. “Ahora esto está muy tranquilo, pero antes usted no se podía meter por acá”, me confiesa.

Aunque en el Corredor Puerto Vega-Teteyé hay ubicados varios pozos de petróleo que según los residentes de la zona dan cerca de 1.400 barriles de crudo diarios (cifra nada descabellada si se tiene en cuenta que para 2014 se extraían 20.000 barriles diarios en todo Puerto Asís, según la administración municipal), dicho corredor no cuenta con una carretera pavimentada, ni tiene muestras importantes de inversión social. Tanto así que para cruzar el río Putumayo es necesario hacerlo en ferry o en lancha, pues no hay un puente que una a la zona urbana con esta zona rural.

Claro, era territorio de las Farc y, por lo tanto, era muy difícil llegar allí con una oferta institucional… era la otra Colombia administrada por un paraestado guerrillero que dictaba las leyes y hacía justicia, que organizaba a la comunidad y que no permitió el florecimiento de actores contrarios como el paramilitarismo. Era una zona a la que el Estado colombiano llegaba, especialmente, con bombardeos y disparos desde el aire bajo la lógica de que “todos estos son guerrilleros”.

Hoy en día, en este corredor, decenas de miembros del Ejército con uniforme de desierto custodian los esfuerzos de paz que se están construyendo a partir de los Acuerdos de La Habana. En la vereda La Carmelita está ubicada una de las Zonas Veredales Transitorias de Normalización, que cuenta con un campamento guerrillero con más de 450 hombres, mujeres y niños que están haciendo su tránsito a la vida civil.

Visitar esta zona es ser testigo de las violencias que produce el abandono del Estado y de las injusticias del aprovechamiento económico sin beneficios para la comunidad. Descubrir esta Colombia en momentos como el que vivimos, es poder ver una paz que se construye de forma imperfecta, con errores y dificultades, con esfuerzos de parte y parte, con incumplimientos de parte y parte, con esperanza e incertidumbre.

Nadie sabe qué va a pasar con los guerrilleros después del día D+180. Ni ellos mismos tienen claro qué van a hacer, aunque su comandante, alias Iván Márquez, les habla de seguir juntos, haciendo de esos campamentos ciudades farianas que persigan su ideal de sociedad, ya sin violencia, ya sin armas.

Lo que no puede suceder, es que el Estado siga ausente de estas zonas; que el Estado no apropie estos territorios llevando su institucionalidad hasta estos rincones, antes vedados y hoy convertidos en los laboratorios de una paz en tránsito de convertirse en un nuevo referente para el mundo en la resolución de conflictos. Este esfuerzo de paz es delicado y lo mínimo que podemos hacer como colombianos es darle una oportunidad.

Nota de cierre: hablando informalmente con uno de los miembros de la Unidad Para la Edificación de la Paz (Unipep), también conocida como la Policía de la Paz –es decir, un hombre que está todo el tiempo custodiando el Mecanismo de Monitoreo y Verificación– me confiesa su opinión: “estando aquí uno se da cuenta que esta gente (la guerrilla) sí está por la paz”. Desde las ciudades, pienso, es muy fácil ver el mundo en blanco y negro.

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