Democracia y desacuerdo

Autor: Alejandro Cortés Arbeláez
3 agosto de 2017 - 12:08 AM

Para poder debatir en democracia debemos ponernos de acuerdo en una serie de reglas de juego.

Insultos y ofensas van y vienen desde las distintas orillas del espectro político, sin que parezca haber esperanza de que se genere una discusión genuina sobre los diversos proyectos políticos que diferentes personas y sectores quieren para Colombia. Y lastimosamente, cada uno excusa el maltrato al contradictor con la infantil disculpa de que “el otro empezó primero”. Yo mismo he caído en este comportamiento, pero ya fue suficiente.

Los colombianos estamos en mora de entender que en Colombia cabemos todos y que pretender silenciar a quienes piensan diferente a nosotros mismos no solo es imposible, sino indeseable. En Sobre la libertad, John Stuart Mill afirmó lo siguiente: “Por muy poco dispuesta que esté una persona que tiene una opinión arraigada a admitir la posibilidad de que su opinión sea falsa, debería tomar en consideración que, por muy verdadera que pueda ser, si no se la discute de manera exhaustiva, frecuente y decidida, dejará de ser una verdad viva y se convertirá en un dogma muerto”. Bien haríamos los colombianos en tener presente lo anterior, pues si nos seguimos negando a discutir “de manera exhaustiva, frecuente y decidida” nuestras propias opiniones con quienes profesan ideas diferentes, terminaremos repitiendo mecánica y cómodamente nuestros propios “dogmas muertos”.

Es hora de dejar de suponer la existencia de razones o intenciones secretas en nuestros contradictores políticos y buscar entender por qué piensan lo que piensan. Si alguien no está de acuerdo con nosotros, esto no necesariamente obedece a que esté protegiendo un interés oculto y retorcido. Eso es algo que no podemos asumir a priori, ya que obstaculiza completamente el debate público.

He sido y sigo siendo un defensor de la negociación de paz con las Farc porque considero que ha sido un proceso serio que ha tenido grandes logros, como el desarme de la guerrilla más antigua de América Latina. Pero esto no significa que crea que los críticos del acuerdo de paz son “enemigos de la paz”. Claro, de seguro los hay, pero estoy convencido de que la mayoría de personas que aún ven con escepticismo este proceso no tienen ningún interés en que continúe la guerra. A mi juicio, son colombianos que legítima y razonablemente consideran que en esta negociación de paz se le hicieron demasiadas concesiones a la guerrilla, por lo que los crímenes cometidos por la misma quedaran impunes, lo cual para muchos representa un agravio serio a las víctimas.

Alejandro Cortés Arbeláez

Disiento de quienes piensan así, pues, aunque sé que efectivamente habrá ciertas dosis de impunidad para quienes cometieron crímenes atroces, considero que este sacrificio de justicia (que, valga decirlo, no beneficiará solo a exguerrilleros, sino también a otros actores del conflicto) encuentra su justificación en las miles de víctimas que nos hemos ahorrado y seguiremos ahorrando al poner fin a esta guerra. Pensar lo anterior no me impide ver que en las posiciones sostenidas por mis contradictores puede haber argumentos valiosos y razonables, ni me lleva a creer que quienes piensan diferente a mí son personas malintencionadas o unos idiotas útiles incapaces de entender la verdad absoluta. Son, como yo, personas que tienen una interpretación particular de la coyuntura que vive el país.

Para poder debatir en democracia debemos ponernos de acuerdo en una serie de reglas de juego que permitan el desarrollo de la discusión, como el respeto mutuo, la escucha atenta de los argumentos ajenos y la disposición a dejarnos llevar por lo que el filósofo Jürgen Habermas llama “la coacción no coactiva del mejor argumento”. Solo con este acuerdo sobre la forma de la discusión podremos tramitar civilizadamente nuestros desacuerdos sobre las cuestiones de fondo que nos afectan como sociedad.

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