¿Cuándo empezamos a regirnos solo por las ambiciones personales? ¿A desechar el constructo colectivo de nación para remplazarlo por el crecimiento dudoso de cada uno?
¿Cuándo empezó todo esto? ¿Cuándo empezó esta deshumanización de Colombia? ¿Cuándo empezamos a regirnos solo por las ambiciones personales? ¿A desechar el constructo colectivo de nación para remplazarlo por el crecimiento dudoso de cada uno? ¿A pretender brillar como perlas arrancadas del collar? ¿A vivir a la enemiga en nuestra paranoia para cuidarnos de que ni nuestra propia sombra nos haga sombra?
A veces pienso que esta locura no empezó nunca porque nunca hemos estado cuerdos, porque nunca nos hemos visto como colectivo, porque nunca hemos iniciado el proceso de ser nación, porque siempre nos ha interesado ser perlas y no collar, carcajadas y no alegría, lágrimas y no tristeza, olas y no mar.
Se suponía que la Independencia era para formar una nación y dimos una lucha a muerte por esa causa. Y hasta empezamos a hacer bien la tarea con las normales equivocaciones de una adolescencia soñadora que se sintió dueña de un rico territorio. Pero nos quedamos ahí y hasta retrocedimos. Y aún hoy seguimos retrocediendo.
Porque sí, puede que tengamos unas carreteras, grandes ciudades, acueductos, menos enfermedades, aviones que surcan los aires, camiones que ruedan entre montañas y valles, industrias y extensos sembrados -de todo-, edificios, tecnologías y hasta ciencia, pocos analfabetas y hasta leyes, una constitución y unas instituciones. Tenemos todo eso que es más o menos lo que llaman progreso pero, ¿nos ha servido de algo? ¿Progreso de qué o qué? ¿Ha progresado nuestro espíritu, nuestra alma, nuestra humanidad de aquí?
Díganme pesimista, díganme aguafiestas, pero ¿cómo sentir algo diferente en medio de este lodo que hiede? ¿Cómo sentir algo distinto al leer y escuchar las noticias diarias? ¿Cómo sentir otra cosa si cada tres o cuatro y hasta cada día revienta un escándalo diferente o se agrava el que ya venía? En Colombia habrá un escándalo el día en que no reviente un escándalo.
Sí: Llámenme pesimista, díganme aguafiestas, pero es que “No hubo fiesta” como titula su último libro Alonso Salazar. Después de tantos sueños y luchas no hubo fiesta para la izquierda pero tampoco para la derecha. Ni para el comunismo ni para el capitalismo. Y tampoco hubo fiesta para quienes nos “liberaron” del yugo español porque después llegaron otro yugo y una barbarie más bárbara bajo banderas nuevas. No hubo fiesta para bolivarianos ni para santanderistas. No hubo fiesta para centralistas ni federalistas. No hubo fiesta para ninguno de los bandos de la brutal guerra de los Mil Días porque después de una guerra nunca hay fiesta (ni siquiera para los vencedores). No hubo fiesta para liberales ni conservadores. No hubo fiesta para chulavitas, ni para las guerrillas liberales, ni para los pájaros, ni para las escopetas públicas, ni para la chusma, ni para los jefes de quienes se insultaban en el capitolio mientras por ellos sus súbditos se descuartizaban en campos y pueblos.
No hubo fiesta para los impulsores del Frente Nacional ni para sus opositores como tampoco para las Farc ni para ningún grupo guerrillero ni para los paracos ni para los Pabloescobares ni para los Pepes ni para el bloque de búsqueda ni para ningún gobierno ni para nadie. ¿Quién puede hacer fiesta en Colombia?
Aquí estamos, 45 millones de ‘homo sapiens’ en un territorio cometiendo toda clase de horrores por acción u omisión: Jugado fútbol con cabezas cercenadas. Masacrando de todas las formas posibles. Explotando bombas por doquier. Asesinando a humildes y famosos, a jóvenes sin futuro y con futuro. Correteando niños, mujeres, ancianos y campesinos de un lado a otro, que llaman desplazar. Robando gajos a la vida, que llaman secuestrar. Esquilmando a los más pobres, que llaman corrupción.
Sí: Corrompiendo, corrompiéndonos y dejándonos corromper por el mejor postor. Atajando, amedrentando y desesperando testigos hasta apagarlos. Envenenando la verdad, la justicia, la ética, el pasado y el futuro con cianuro, con carteles de togas, con papeles de Panamá, con democracia de papel y con bolsillos de cristal roto. Ensartando lágrimas en un hilo de vida.
¿De dónde sacamos fortaleza para llorar, para amar, para denunciar, para tener esperanzas y para escribir? No sé, pero aquí estoy escribiendo esta columna. Excúseme lector por desahogarme con usted. A veces uno flaquea. Y perdón por la primera persona, pero es que soy yo quien con lágrimas escribe esto y espero que sea usted quien tampoco se rinda. No nos rindamos.