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Me llena de entusiasmo comentar los logros de estas poetas, más jóvenes que yo pero que ya desde hace años se han consagrado con seriedad y profesionalismo a su vocación, y además a tareas concomitantes, como la promoción cultural y el trabajo organizativo ad-honorem, de grupos, sedes, casas de la Cultura, y a establecer con periodicidad importantes concursos de Poesía y de ediciones para sus colegas.
Todo esto es admirable. Yo ni siquiera entiendo cómo pueden encontrar tiempo para alcanzar con todo ese trabajo y también cumplir con los propios deberes regulares.
Una de estas personas múltiples y solícitas es María Cecilia Muñoz, cofundadora y directora de la Casa de Poesía Porfirio Barba Jacob, de Envigado, y de la revista de Poesía “Poética”, además de las publicaciones de “El son del viento”, sobre poetas colombianos. Ella acaba de publicar y lanzar su primer libro de Poesía, “Entregas”.
En un exitoso recital, que se llevó a cabo recientemente, en la sala de Otraparte, (la casi venerada casa del más que venerado filósofo Fernando González), escuchamos su lectura suave y discreta, despliegue de bellos pasajes, originales giros, hallazgos poéticos, ingeniosas metáforas e iluminadas reflexiones.
Como comenta Édgar Trejos, en su nota para el libro: “Sus palabras, al fragor lento pero intenso de los días, de la vida, nos acercan con regocijo y recogido esplendor, a la ventana transparente de nuestro propio vivir. Esta poeta escoge un camino expresivo propio, acumula, sensible y delicadamente, un rico crisol de palabras (...). Y responde en todo a la naturaleza profunda y personal de un vuelo espiritual”.
Por mi parte, yo quiero citar las propias palabras de la poeta, cuando maneja la belleza interior y la del pensamiento poético, con frases como: “Estoy aquí, así.../tierra y piel abierta/ …Casa del amor/ sin velos./ (...) Soy juego,/soy fuego/ soy toda boca y alimento”.
“Suspendidas están las tardes/ en mi diario”. “La inesperada mirada/ de un rostro/ habitante callejero/ dejado en la última esquina/ penetra hasta erizar mi piel”.
“Recojo con premura/ en el patio de mis días sin aliento/ trozos de tu fuego nocturno”: (…)
“Debo buscarme en el poema de Whitman,/ en los rostros de Guayasamín/ en el verso de Pizarnik,/ en tu aliento,/ en tu risa”.
“Abierto el bolso de los días/ me reencuentro con el sueño./ Las imágenes vuelven de pronto/ dando vida a una historia./ “ (…)El amor, ese fuego secreto,/ compañero taciturno/ siempre me redime”.
Y a su padre: (…) “Hoy siento en mí la nostalgia/ de no haber asistido a tiempo/ su soledad,/ esa que siempre lo rondó/ y nunca vimos”.
Y en su desnuda introspección, confiesa: “Acosada constantemente/ contra las paredes/ de este universo./ (...) acudo vencida/ al veredicto final/ conmigo misma”.
Para llegar, ante la conciencia del sufrimiento de los otros, a Un grito en silencio, otro poema en donde se lamenta: “Estos niños, como pájaros viejos/(...) trepados en su desvalido transcurrir/ (…) lanzan sus voces sin aliento,/ un grito en silencio,/ de caída/ (...) un canto inaudible/ de amargura sin límite/ (…) anestesia sus cuerpos./ Como perseguida,/ con la pena pesando en mis sienes/ reanudo el camino.../ equivocado/ el dolor del mundo que asesina,/ húmedo en sus miradas/ me sigue a donde voy”.
Y meditando “Tras La Vida”, escribe: “He descubierto la levedad de mi ser./Es preciso recuperarme/ para el Cosmos”.
Con estas citas inconexas (la falta de espacio me obliga a citar de manera incompleta), me remito al placer del lector, esperando a que estará de acuerdo conmigo, al descubrir que estamos leyendo el florecimiento de una nueva poeta que va a ocupar un importante escaño en la ya nutrida palestra de la Poesía escrita por mujeres en Antioquia.