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Los últimos años de vida de Raúl Gómez Jattin los pasó en Cartagena, donde fue profesor de teatro en el Museo de Arte Moderno y la Universidad de Cartagena. Óscar Valencia |
En mayo celebramos a un poeta colombiano que, injustamente olvidado, merece todo el reconocimiento estético, literario y humano. Se trata de Raúl Gómez Jattin. Asiduo visitante de hospitales y de cárceles; de pueblos y de valles; de ríos y ciudades. Maduro ya, finalmente se estableció en su poesía, que es como una representación de su alma, a la que le venía huyendo hacía ya bastante tiempo.
Aunque muchos, metidos en sus cuadrículas y en sus mentes almidonadas quieran verlo y presentarlo como un simple extravío, como un “poeta maldito” con investidura costeña y sangre sirio-libanesa, tenemos que reconocer que no es un simple accidente del espíritu, ni del tiempo, ni del trópico. Se trata de un paisaje que habla, de una llanura que canta, de un río (Sinú) que pasa incansablemente trayendo metáforas doradas de sol y de amor y de desamor. Y que florecían en su “corazón de mango”. Se trata del poeta Raúl Gómez Jattin.
Raúl del Cristi Gómez Jattin nació en Cartagena el 31 de mayo de 1945, pero vivió (¿acumuló?) su infancia en el valle del río Sinú, en Cereté; la infancia, que es la patria del hombre, en especial, la patria del poeta, según lo expresó hace ya tiempo un bardo aventajado.
Su padre se llamaba Joaquín Pablo Gómez Reynero, un abogado “respetable”; Su madre, Lola Jattin, nacida en Colombia de padre libanés y madre siria. Hizo sus estudios primarios en Cereté, Montería, Pamplona y Cartagena. Al terminar su bachillerato en el Colegio La Esperanza, de Cartagena, a los 19 años, regresó a Cereté en donde fue profesor de bachillerato dictando asignaturas como Geografía e Historia.
En 1966, de 21 años, partió a Bogotá con la idea de estudiar Derecho en la Universidad Externado de Colombia, para terminar dedicado casi de tiempo completo al teatro. Participó como actor en varios montajes e hizo adaptaciones de las obras de Eurípides, Aristófanes, Visen y Lorca, que se dieron a conocer en la revista literaria Puesto de Combate, fundada en 1972 por Milcíades Arévalo, donde además, se dieron a conocer Efraím Medina y Triunfo Arciniegas.
A su regreso de ocho años de estancia en Bogotá y sin terminar la carrera de Derecho, recaló en Cereté, durante dos años. La muerte de su padre lo devolvió a Bogotá donde continuó con su labor teatral. Al poco tiempo retornó a Cereté, donde vivió una errancia permanente por calles y clínicas psiquiátricas; fue entonces cuando comenzó a escribir poesía.
En 1989 regresó a Cartagena donde se hizo habitante de calles, parques, cárceles y clínicas de psiquiatría hasta su muerte, ocurrida la mañana del 22 de mayo de 1997. Si no se suicidó arrojándose a las ruedas de esa fantasmagórica buseta en Cartagena de Indias, de que hablan las crónicas, seguramente su atención estaba puesta en unos versos que decían:
“Yo te sé de memoria Dama enlutada
Señora de mi noche
Verdugo de mi día.
En ti están las fuentes de mi melancolía
Y del fervor de estos versos”.
Lenguaje de nostalgias, de días, de noches, de abuela, de madre, de padre, de esencias y de cosas nimias, es su poesía; como en un ejercicio de fertilidad (de maternidad) agotador e increpante:
“Más allá de la noche que titila en la infancia
Más allá incluso de mi primer recuerdo
Está Lola -mi madre- frente a un escaparate
empolvándose el rostro y arreglándose el pelo
Tiene ya treinta años de ser hermosa y fuerte
y está enamorada de Joaquín Pablo -mi viejo-
No sabe que en su vientre me oculto para cuando necesite
su fuerte vida la fuerza de la mía
Más allá de estas lágrimas que corren en mi cara
de su dolor inmenso como una puñalada
está Lola -la muerta- aún vibrante y viva
sentada en un balcón mirando los luceros...”.
Un poema, doloroso, amoroso, introspectivo, de nombre “Desencuentros”, hermosea la producción del poeta:
“Ah desdichados padres
Cuánto desengaño trajo a su noble vejez
el hijo menor
el más inteligente.
En vez de abogado respetable
un marihuano conocido.
En vez de esposo amante
un solterón precavido.
En vez de hijos
unos menesterosos poemas.
¿Qué pecado tremendo está purgando
ese honrado par de viejos?
¿Innombrable?
Lo cierto es que el padre le habló en su niñez de libertad
De que Honoré de Balzac era un hombre notable”.
La poesía de Raúl Gómez Jattin, como lo advierte William Ospina, renuncia a la rigidez, al excesivo formalismo, a la elocuencia retórica poco expresiva de nuestra poesía. La costa, ese territorio fantástico, con pasaporte universal a partir de la poética del Tuerto López y las obras de Gabo, Cepeda Samudio, Rojas Herazo, Marvel Moreno, Germán Espinosa, Óscar Collazos, Roberto Burgos..., se encuentra viva en “Retratos” (1980-1983), “Amanecer en el valle del Sinú” (1983-1986), “Del amor” (1982-1987), “Hijos del tiempo” (1990) y “Esplendor de la mariposa” (1993), cosecha del poeta cartagenero donde desbordan hamacas, mangos, babillas, lagos y vallenatos. Una muestra para la degustación es “Canción del amor sincero”:
“Prometo no amarte eternamente,
ni serte fiel hasta la muerte,
ni caminar tomados de la mano,
ni colmarte de rosas,
ni besarte apasionadamente siempre.
Juro que habrá tristezas,
habrá problemas y discusiones
y miraré a otras mujeres
vos mirarás a otros hombres
juro que no eres mi todo
ni mi cielo, ni mi única razón de vivir,
aunque te extraño a veces.
Prometo no desearte siempre
a veces me cansaré de tu sexo
vos te cansarás del mío
y tu cabello en algunas ocasiones
se hará fastidioso en mi cara
Juro que habrá momentos
en que sentiremos un odio mutuo,
desearemos terminar todo y
quizás lo terminaremos,
mas te digo que nos amaremos
construiremos, compartiremos.
¿Ahora sí podrás creerme que te amo?”
A pocos años de su fallecimiento, en su tierra sinuana se celebran sus poemas y se “maquilla” su rostro, y su imagen se sacude “para bien de la poesía” como ocurrió con pares suyos como Blake, Barba Jacob, Gonzalo Arango, Rimbaud o Baudelaire.
A 16 años de su fallecimiento, nos alegra encontrar que su figura goza de otra realidad. “Y lo que mientras vivía producía espanto, su afición a las drogas, su locura, su poesía transgresora, pasaron a ser vistos con comprensión y hasta cierta fascinación. Ahora su retrato cuelga en las paredes del bello patio de la Casa de Poesía Silva de Bogotá y la Casa de la Cultura de Cereté, casi su pueblo, se llama Raúl Gómez Jattin”. Para algo ha de servir la muerte al poeta, llámese como se llame el vate.
“Los habitantes de mi aldea
dicen que soy un hombre
despreciable y peligroso
Y no andan muy equivocados
Despreciable y peligroso
Eso han hecho de mí la poesía y el amor
Señores habitantes
Tranquilos
que solo a mí
suelo hacer daño”.
“He robado parte de tu cuerpo y de tu alma
Le he tendido una celada a los recuerdos
que aquí te recuerdo ¿Recuerdas amor?
El cielo de la noche casi azul se asoma
entre tus pestañas Noche vibrátil
Una vez me fui hasta tu región de monte
enfermo de hongos y tristezas muy tristes
Y aluciné con tu imagen alta y flexible
galopando un caballo de nube Luego
venías por la tarde desde el Retiro de los Indios
en tu carruaje blanco y yo iba a pie
por la carretera Como un sonámbulo
Sonríes desde lejos como si masticaras
mi corazón entre tus colmillos
Mis palabras le quitan a tu vida muerte
Vives en este libro aunque te tengo miedo
Aunque apenas sí hemos hablado Pero te amo
tanto como siempre Tanto como puedas imaginar
Y estamos lejos Como el sol del mar”.
“En este cuerpo
en el cual la vida ya anochece
vivo yo
Vientre blando y cabeza calva
Pocos dientes
Y yo adentro
como un condenado
Estoy adentro y estoy enamorado
y estoy viejo
Descifro mi dolor con la poesía
y el resultado es especialmente doloroso
voces que anuncian: ahí vienen tus angustias
voces quebradas: pasaron ya tus días
La poesía es la única compañera
acostúmbrate a sus cuchillos
que es la única”.