Con mucha sorpresa encuentra el lector las noticias de los asaltos en España a la industria sin chimeneas. Así se llama hace muchas décadas a la actividad turística y su impacto económico no es menor si recordamos que esa nación, durante el régimen dictatorial de Franco, se retrasó frente al desarrollo económico del resto de Europa. Fue precisamente el incremento del turismo el que compensó la creación de riqueza; pero no solo ocurrió esto sino que se reconfiguró el país para la actividad, se construyó una imagen mundial de España y se capacitó buena parte de los recursos humanos para esta actividad hasta convertirse en exportadora de modelos de atención, personal capacitado, diseñadores y financiadores de una lucrativa industria a la cual muchos países, entre ellos Colombia, mira entusiasmada.

Pero entonces ¿cómo entender la oposición de algunos pobladores, la aversión y el ataque a los turistas, las instalaciones, incluyendo las entidades gubernamentales que fomentan y apoyan esta actividad? El rechazo ha sido especialmente enérgico en la provincia vasca y en la región catalana; han surgido minorías radicales que atacan los autobuses y las dependencias. Las autoridades y la opinión publica miran con sorpresa ese atentado que amenaza a los clientes más volátiles que existen: Los turistas son aves de paso y en su avidez de confort, novedades y esparcimiento orientan sus rumbos de manera un tanto veleidosa; si bien son capaces de hacer colas de horas frente a museos y sitios de especial significación y preparan con años de anticipación sus viajes, también modifican fácilmente sus destinos cambiando el centro de su interés.

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El propio desarrollo de esa actividad nos puede dar las muestras de cómo es el modo de implementar esa industria lo que explica los decrecimientos y el rechazo de algunos de los pobladores. Dos casos emblemáticos, en España la Costa del Sol y en Colombia San Andrés y Providencia, pero los ejemplos son muchos. En la Costa del Sol fueron las reducciones del costo entre los competidores por captar esos recursos provenientes del turismo los que terminaron deteriorando el medio y espantado la demanda cualificada. En Colombia, especialmente en San Andrés, se dio lo que se ha denominado el turismo chancletero que consiste en una pauperización de la oferta, engaño y desprecio por el cliente hasta el punto de que si no se toman las medidas adecuadas una región de potencial de alta calidad se puede convertir en una zona depreciada. Así pasó con San Andrés que pasó de ser sitio interés internacional a convertirse, por acción de hoteleros inescrupulosos, en epicentro de un tipo de viajero que no solamente deja pocos recursos sino que deteriora el entorno y la imagen de la actividad.

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En Medellín estamos asistiendo a esa muestra ilustrativa de un destino indeseable para una interesante actividad económica; la “tacita de plata” observa ya una cierta preponderancia de un tipo de turista que, no solo por su indumentaria sino por sus costumbres y capacidad adquisitiva, más parece engrosar la población menesterosa que contribuir a hacer de la ciudad un espacio amable para todos. La actitud de los que en España protestan vivamente contra el turismo y los turistas se explican en una suerte de expropiación que los ciudadanos experimentan: de repente todo se encarece, el acceso a los eventos y los espacios se hace imposible, las ciudades se llenan de personas indeseables que llegan en busca de sexo y drogas prohibidas. Ejemplos vivos y medidas por tomar son el panorama.