Teatro y comedia: infortunadas prácticas de gobierno y políticas

Autor: Héctor Jaime Guerra León
13 mayo de 2020 - 12:00 AM

Hoy se volvió -para algunos- en todo un exitoso mecanismo para ejercer el gobierno; para disuadir, suavizar e incluso hasta acallar el clamor ciudadano, frente a todos aquellos anhelos, promesas y propuestas que juraron defender.

Medellín

Se ha entendido a la farándula, como a aquella profesión en la que algunas personas tienen como su principal habilidad la representación simulada, como lo son las artes escenográficas. Según los griegos, farandulero era aquel personaje- actor, capaz de generar alegría y despertar emociones de todo tipo; pero también, si fuese necesario, generar gran enredo y confusión; bastando no más el cambio de una máscara, una sola persona podría tener la grandilocuencia de hacer sentir multiplicidad de sensaciones en el drama, la comedia e incluso la tragedia, mostrando -como si fuera verdad- la obra que se debía representar y desarrollar, así ésta estuviere muy lejana de ser una realidad, un hecho cierto y concreto. La ficción y la apariencia, eran las protagonistas del espectáculo y dejaban a todos satisfechos; pues de lo que se trataba era de divertirse y, con ello, alejarse- olvidarse un poco de las muchas veces deprimente y cruel realidad que los afectaba.

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En Colombia, como en el mundo entero, se viven épocas muy parecidas, aunque con grandes y muy admirables desarrollos y avances en materia de las artes escenográficas y teatrales; se ha incursionado inclusive, con la utilización de la máscara, en el mundo no sólo del arte -como se hacía en el antiguo mundo Griego y Romano -aunque los Romanos fueron más expertos en la práctica de esas actividades, construyeron monumentales edificaciones en las que desarrollaron el Circo como uno de los instrumentos más claves para ejercer el poder de la Tiranía como su hegemonía político-militar, y; además, establecer claras distinciones entre las diferentes castas sociales y económicas que hicieron parte de tan majestuoso imperio. Según Historias y Bibliografías HB “éstos eran una gran válvula de escape para aliviar las tensiones sociales y se convertían en una de las pocas oportunidades en que los amos y señores de Roma y la plebe compartían un mismo momento de emoción, aunque situados en graderías de muy distinta calidad y ubicación”.

Algunos de nuestros gobiernos son fieles seguidores de aquellas antiguas y legendarias tradiciones y enseñanzas, utilizándolas para lo que les conviene y en ello derrochan sorprendentes sumas del erario público, como cuando utilizan el antifaz que les posibilitan los medios de comunicación- ahora redes sociales, para desfilar y/o fungir en medio de soberbios y arrogantes espectáculos publicitarios, para mostrarse como los redentores de cualquiera de las necesidades y/o problemas de los ciudadanos que prometieron resolver.

En medio de las más variadas necesidades y con la promesa de resolver las desdichas que su misma negligencia muchas veces ocasiona, prometen al pueblo cambiarse de mascara, para acudir en su ayuda y cual si se trataré de uno de aquellos grotescos episodios que vivió la humanidad, siguen repartiendo, ante la inocultable angustia, desesperanza, miseria y abandono que padecen inmenso número de familias, pueblos y territorios, “pan y circo”, como la más productiva y recurrente acción que describe fría y llanamente “la práctica de un gobierno que, para mantener tranquila a la población u ocultar hechos controvertidos, provee a las masas de alimento y entretenimiento de baja calidad y con criterios simplemente asistencialistas”. Pareciera que para estos efectos y poder lograr sus propósitos, algunos de nuestros gobernantes han sabido incursionar con éxito en el asombroso mundo de las artes circenses y lo hacen al estilo del más atrevido arte de la cinematografía y la prestidigitación.

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Ante muchas de las situaciones, por no decir que ya se ha vuelto costumbre, algunos gobernantes asumen posturas más consecuentes con el teatro de las máscaras, que narra la antigüedad, encaminadas a cambiar la realidad, propio de aquellos sorprendentes métodos que -como se ha dicho, en los artes de la comedia, la tragedia y el drama teatral griego- no se practicaban para gobernar, pues aún no se gozaba de esa maliciosa habilidad; sino para entretener, hacer reír y buscar que, ante la adversidad y los sufrimientos del pueblo, la vida fuera un poco más agradable y digna. Hoy se volvió -para algunos- en todo un exitoso mecanismo para ejercer el gobierno; para disuadir, suavizar e incluso hasta acallar el clamor ciudadano, frente a todos aquellos anhelos, promesas y propuestas que juraron defender.

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