Superado el dogma del derecho natural, asumida por el pueblo la soberanía de las naciones, la responsabilidad por las malas administraciones recae en los ciudadanos que no somos capaces de elegir bien, ni de hacerle controles a los mandatarios, ni de defender nuestro patrimonio. Si hay peajes en las sedes administrativas, hay que destruirlos.
Las nuevas formas de contrarrestar las fuerzas opositoras no son las más ortodoxas, si nos referimos al respeto que deben inspirar la integridad física y moral de los demás. Para muchos las redes se constituyen en una especie de reivindicación de los que no tienen acceso a los medios de comunicación, en cuanto les permiten expresar sus ideas sobre los asuntos importantes de la vida política y social. Hasta ahí es sana la posición. Pero cuando se usan los medios para dañar y desinformar, la cosa cobra matices delictivos. Lo curioso es que el auge de las redes sociales ha devenido en una nueva de gobernar: usar las redes para crear falsas imágenes, volviendo las alianzas macabras con la delincuencia organizada, hechos para subir la aceptación popular.
La imagen de un gobernante que cabalga en una moto, o tripula un helicóptero en busca de los delincuentes que azotan la ciudad, enternece al más duro de los corazones, sin importar que las calles se llenen de huecos y de motociclistas asesinos, y las aceras sean intransitables porque los venteros de frutas, verduras y contrabando tienen más defensa que los pobres peatones. Esto sin contar con el incremento de todas las modalidades criminales en la ciudad, de la mano de cierto relajamiento en el comportamiento de la gente que cada día es más agresiva y mal hablada. La intolerancia campea con el auspicio de quienes deberían estar dando ejemplo de templanza y cordura. No es invitando a la guerra como se deben defender el territorio y la vida.
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El examen de la historia del mundo nos muestra que, a través de los siglos, poco o nada ha cambiado en materia de ambiciones personales. El afán de poder ha causado los movimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios. Personajes sin mayores méritos se incrustan en la vida pública, aspirando a los grandes honores y, cuando lo logran, su falta de talento se vuelve arrogancia, intemperancia, mentiras, corrupción y engaño. Pero superado el dogma del derecho natural, asumida por el pueblo la soberanía de las naciones, la responsabilidad por las malas administraciones recae en los ciudadanos que no somos capaces de elegir bien, ni de hacerle controles a los mandatarios, ni de defender nuestro patrimonio. Si hay peajes en las sedes administrativas, hay que destruirlos.
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Es lógico que, en pro de la institucionalidad, deshacer una elección sea tan complicado, pero cuando se vislumbra un cuatrienio de engaños y desaciertos, la desesperanza es inevitable. Los que nos está sucediendo es verdaderamente malo, pero estas cosas no surgen de la nada, sino que son procesos de ensanchamiento delincuencial. Sin que se pretenda dirigir ninguna investigación, valdría la pena establecer si el falso positivo va hasta la simulación del atraco mismo, del que originó la heroica hazaña del gobernante que compra un helicóptero para perseguir rateros. Esta angustia de sabernos engañados, esta decepción por las malas decisiones, debería servirnos para examinar un poco más a los candidatos y a sus equipos, para que nuestro voto no se vuelva un falso positivo.