Piel opaca y porosa, piel sospechosa II

Autor: Sandra Naranjo González
26 junio de 2020 - 12:00 AM

Las reacciones ideológicas empañaron la visión de los cambios reales y sustanciales que significarían la eliminación del trabajo forzado de los esclavos y prevaleció el discurso de quienes quisieron oponerse a su libertad y continuar con el comercio escandaloso de seres humanos.

Medellín

Para hablar de racismo en Colombia es necesario vincular las instituciones coloniales a la modernidad, en tanto que este no podría comprenderse sin tener en cuenta su anclaje en la realidad colonial de la Nueva Granada y posteriormente en el período Republicano. La historia tiene la particularidad de no ser la misma en todos los lugares y por esa razón, el racismo como ideología que se afinca en los objetivos de la expansión occidental desde el control, la explotación y la dominación, no se presenta de manera única, sino que toma forma y se estructura, como diría Henri Lefebvre, bajo la geografía como producción social del espacio y se configura desde las características de los grupos dominados. Se entiende aquí el concepto de raza, desde Max Weber[1], a partir de un vínculo entre comunidad y pertenencia racial que puede llevar al miedo, al desprecio o a la segregación entre grupos definidos como raciales y que observa la desigualdad y la extensión del prejuicio.

En Colombia no fue sino hasta 1851 que se dictó la ley de Manumisión definitiva para la extinción del trafico de esclavos[2], gracias a la firma del acuerdo con el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda, antecedida por la libertad de vientres[3], promulgada con la Constitución de Cúcuta en 1821 y la Ley de aprendizaje[4] de 1839. La esclavitud fue un fenómeno sistémico en el cual liberar a los esclavos cambiaba los cálculos económicos, hacía variar las rentas, alteraba prejuicios raciales y construía símbolos de diferenciación social y de confrontación con sistemas laborales nuevos[5] que aún hoy permanecen. Entonces, entre contadores, blancos y criollos segregacionistas, familias de élite preocupadas y mercados laborales no constituidos, los esclavistas convertían la caducidad de la esclavitud en discurso político.

Así lo hizo Julio Arboleda al fundar hacia 1843 el periódico El Payanés, portavoz de la aristocracia del Cauca, para presionar al gobierno nacional, pues con la manumisión veía venir la decadencia de sus haciendas y minas por la falta de mano de obra, dado que el emporio económico de la familia Arboleda O´Donell fue construido, por herencia, con base en la eslavitud. Empezaron a vender sus esclavos cuando se agudizaron las revueltas y sublevaciones, debido a la resistencia de los amos a liberarlos; “Julio Arboleda, que en ese entonces era dueño de la Hacienda La Bolsa y tenía minas en Timbiquí, en la Costa Pacífica, entre furioso y asustado, vendió 99 esclavos adultos y 113 esclavos niños por 31.410 pesos en el Perú, donde la esclavitud todavía era fuerte y la demanda alta”[6].

Esas resistencias, tanto de negros como de blancos hacia lados totalmente opuestos, unidas a la ausencia de reconocimiento de los negros, de su cultura y de sus tradiciones en la geografía nacional, impulsaron la voz, aún vigente, de un abolicionista quien expresó que “los negros cansados de la opresion buscarán la libertad y toda sangre de los blancos no será bastante para saciar la rabia de los oprimidos y para expiar sus crímenes juntamente con la de sus predecesores”[7].

Las reacciones ideológicas empañaron la visión de los cambios reales y sustanciales que significarían la eliminación del trabajo forzado de los esclavos y prevaleció el discurso de quienes quisieron oponerse a su libertad y continuar con el comercio escandaloso de seres humanos.  La esclavitud seguía siendo rentable en la Nueva Granada y la presencia de esclavos domésticos en las ciudades y en las grandes haciendas crearon unos imagina­rios de superioridad y poder que fueron muy difíciles de erradicar entre los sectores poderosos con importante población esclava. Su temor a la mezcla o vale decir, su fobia al mestizaje, evidenciaba la proclama de una colectividad bien nacida que mantuviera su “primigenia” pureza o la recuperación de esta en caso de perderse.

De otro lado los grupos racistas de la época expresaban, por medio del gobernador de Buenaventura, Manuel María Mallarino, su molestia por la incorporación a la sociedad de estos ciudadanos de color, que tendrían que soportar en las calles, en las iglesias, en el comercio y en los espacios que por derecho les correspondían a los blancos:

Sensible me es deciros que la mayor parte de los manumitidos, ingratos a los beneficios que les dispensa la sociedad, han ido a aumentar el número de los malhechores, haciéndose indignos de la libertad que en edad tan peligrosa les concedió la ley. A muy serias meditaciones da lugar el creciente número de negros que diariamente sale del poder de sus amos y se mezcla en la sociedad, trayendo el germen de todos los vicios, la indolencia y ferocidad que les dio el clima de África, y el odio a la raza caucasa que produce su propia constitución y la inferior escala en que se miran colocados […] Por tanto, a aquella raza la […] debemos alejar de nosotros, solicitando del Congreso que acuerde un acto disponiendo que todos los negros que por cualquier motivo entren al goce de la libertad sean conducidos a formar poblaciones en el Quindío, si no en los desiertos que nos separan de Venezuela o Centro América, o bien que se imponga una contribución con el fin de conducir a las costas de África a los negros que se vayan libertando[8].

Con base en ese contexto podemos entender lo que hoy ocurre en Colombia en la línea de los racismos, de la discriminación y de la exclusión que, cada día y de manera silenciosa, cobra sus víctimas. En la colonia con la manumisión esos “bienes muebles” se convirtieron por arte de magia en seres humanos con alma, quienes durante siglos han constituído sus propios espacios, palenques y cimarrones[9] y se han afirmado cultural, económica y políticamente en el territorio nacional.

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¿Si son libres porqué siguen siendo perseguidos?  Aunque muchos no quieran reconocerlo, Colombia es un país claramente racista. Los excesos de la fuerza pública, los crímenes de odio, el señalamiento y el menosprecio por los negros, incluyendo en muchos su condición de pobreza como agravante, están a la orden del día y demuestran que estos actos son más comunes de lo que parece.  El asesinato de varios líderes sociales negros en lo que va corrido del año,  los de Janner García Palomino en abril, y de Anderson Arboleda, en mayo, ambos en Puerto Tejada, a manos de la policía, lo demuestran, pero lamentablemente parece que es asunto de pocos. Las marchas en contra del racismo están atravesadas por la indiferencia de las autoridades y del resto de la población, los gobiernos locales no pasan de lamentarlo y los culpables ingresan, por lo general, al grupo de la impunidad.

En 2015 también hubo una ola criminal contra miembros de las comunidades negras en cinco localidades de Bogotá, en la que perdió la vida, entre otros, Wilmer Caicedo por brutalidad policial, lo que enardeció a grupos de jóvenes, adultos y ONG´s como el movimiento Cimarrón, que gritaron arengas en contra del gobierno exigiendo justicia. Son voces que hoy se replican y que guardan en la memoria los abusos de siglos, todo por su color de piel, que los ha convertido en sospechosos permanentes de cualquier cosa, o por su etnia considerándolos inferiores. Estos grupos poblacionales son a los que más se les han vulnerado sus derechos en medio del conflicto armado, sin ningún respeto por su cultura, sus tradiciones y sus territorios ancestrales,  y no olvidemos que ellos llegaron a construir esta república:

la guerra de independencia no solo la pelearon los mestizos. La batalla de Boyacá no la ganaron los boyacenses, ¡la ganaron los negros! La ganó Petión con su ejército de negros descalzos con machetes, palos y garrotes. Bolívar allá iba acabado con los boyacenses. Y a quién le dice, ‘coronel, salve usted la patria’: a Petión, a un negro. Nosotros hemos aportado a la construcción de este país. Todas esas iglesias que tienen 500 años, ¿quién cree que hizo todas esas tallas en madera?, ¿quién hizo todo ese trabajo?, ¡los negros, que eran los ebanistas!, traídos de África y esclavizados aquí para construir este país. Nuestros ancestros no llegaron a saquear, ni a robar ni a violar; llegaron a trabajar y a construir América”[10].

Esos imaginarios de superioridad y poder, entre las clases privilegiadas, han predominado desde la colonia y al parecer, estos sectores de la población se quedaron establecidos allí, defendiendo una pureza inexistente porque aquí todos somos mestizos. En ese contexto no ha mediado ninguna tranformación que fortalezca la equidad y el respeto a la diferencia, a la multietnicidad y a la pluriculturalidad que abunda en Colombia, reconocida y exaltada en la Consitución política de 1991, la cual rechaza todo acto de discriminación. Es una realidad que la población negra tiene menos oportunidades y aún hoy, en algunas zonas del país, las élites piensan en ella como servidumbre, han sido encasillados en unos estereotipos que siguen siendo predominantes, todo esto sin duda, es la expresion más crasa de la discriminación, la misma que se ha naturalizado tanto como la muerte.

El factor racial es determinante para tener una posición social favorable en Colombia y es claro que a diario miles de personas son objeto de segregación debido a su origen étnico, su color de piel o por su ascendencia o sus preferencias sexuales, lo que agudiza aún más, la pobreza, los genocidios, la violencia racial o étnica, los asesinatos selectivos y la guerra.

Como país es necesario aprender de nuestra historia, escudriñar el pasado para encontrar las causas del racismo que se pasea por las calles y combatir la discriminación para poder trasegar juntos el camino de la equidad, la igualdad y la visibilización de estas comunidades, porque mientras nos miremos como diferentes y nos identifiquemos, no como raza humana, sino como raza blanca, amarilla o mestiza, nos seguiremos matando. Es necesario eliminar los patrones de marginalidad que por siempre han acompañado a la población negra e indígena en Colombia y que los han ubicado en zonas inhóspitas del país donde el bienestar se ha rehusado a entrar de la mano del Estado y el mito de la democracia racial se ha configurado como verdad

[1] Webex Max, Economía y Sociedad, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2002.

[2] Decreto que promulga como Ley de la República el tratado para la extinción del tráfico de esclavos, celebrado entre la Nueva Granada y el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda, en: Codificación nacional de todas las leyes de Colombia desde 1821, hecha conforme a la ley 13 de 1912, Tomo XIV, año de 1851, pp. 681-700

[3] La ley de libertad de vientres determinó la libertad para los hijos de las esclavas antes de su nacimiento; sin embargo, los enemigos de la manumisión de esclavos en la Nueva Granada impulsaron una ley para que estos, al nacer, estuvieran bajo su protección hasta los dieciocho años lo que incluía su mano de obra.

[4] La Ley de aprendizaje, se emitió en el marco de la Guerra de los Supremos, la cual obligaba a hijos de esclavas, nacidos bajo la libertad de vientres, a extender, bajo contrato, los servicios de trabajo por siete años más y recuperar su libertad solo hasta los 25 años de edad, lo que prolongó de manera velada la esclavitud en Colombia. Lo anterior evidencia que los esclavistas pensaban que antes de la liberación los esclavos debían pasar por la servidumbre.

[5] Para profundizar en este tema ver: Tovar Pinzón Hermes y Tovar Mora Jorge Andrés, El oscuro camino de la libertad: los esclavos en Colombia, 1821-1851, Bogotá: Universidad de los Andes, Facultad de Economía, Ediciones Uniandes, 2008.

[6] Mina Mateo, Esclavitud y libertad en el Valle del Río Cauca, introducción de Orlando Fals Borda, Bogotá, Fundación Rosca de Investigación y Acción Social, 1975, p.41.

[7] De Antillón 1820, pp. 137-143.

[8] Mallarino, M. M. (1843, 15 de septiembre). Memoria del gobernador de Buenaventura a la cámara provincial en sus sesiones de 1843. Cali, p. 12.

[9] No es gratuito que en Colombia se haya asentado el primer pueblo libre de la América Colonial, San Basilio de Palenque en el departamento de Bolivar.

[10] La cultura blanca en Colombia es egoísta y mezquina. Entrevista a Esperanza Biohó fundadora de Colombia negra por Daniela Hernández, Revista Arcadia, marzo 30 de 2017 en: https://www.revistaarcadia.com/agenda/articulo/entrevista-esperanza-bioho-colombia-negra/62835

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Comentarios:

Pedro Elías
Pedro Elías
2020-07-01 11:49:28
Excelente artículo Dra. Sandra, gracias por darnos a conocer trazos de nuestra historia, aunque es la historia de la infamia, pero nos enaltece al reconocernos como arquitectos de esta nación.
Fernando
Fernando
2020-06-26 19:33:07
En colombia hay racismo, vayan a entidades privadas y no se ven afrocolombianos, solamente en empresas multinacionales las pocas veces. En Colombia se necesita estudiar y divulgar la historia de los Afros. Ojala se pudiera escribir una obra que encienda una luz en esa parte escencial de nuestra historia.

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