Perdiendo la paz

Autor: Santiago Ortega
7 marzo de 2020 - 12:02 AM

Si perdemos la paz, los condenamos a ellos a perder la esperanza.

Medellín

El año pasado, en el marco de un proyecto de investigación, hicimos un ejercicio de mirar al futuro para ver que nos esperaba en temas de energía en Colombia hasta el 2030. Para desarrollar estos ejercicios se busca un público relevante (que en este caso eran empresarios, funcionarios del gobierno, académicos y miembros de la sociedad civil) para preguntarles cómo se imaginaban el sector energético y que cosas podrían pasar o no. Específicamente, les preguntábamos sobre las incertidumbres que veían a futuro, y como podrían afectar al sector eléctrico.

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Las respuestas incluían los efectos del cambio climático, las políticas públicas, la organización del mercado, los precios de los combustibles fósiles, los prosumidores y las nuevas tecnologías. De este conjunto, escogimos las incertidumbres más críticas y con ellas configuramos distintos futuros posibles. Trabajamos en estos en talleres repartidos a lo largo de un semestre.

En el último taller, mientras revisaba unos documentos, una idea me llegó a la cabeza y casi me voy de para atrás. La comenté inmediatamente con un colega: En ningún momento de estos escenarios, con un público lleno de empresarios con negocios multimillonarios en la Colombia rural, en ningún momento de la discusión, nadie dijo la palabra “guerra” o “guerrilla”.

Para un sector que permanentemente sufrió voladuras de torres y oleoductos, secuestros de empleados, grandes territorios vetados y amenazas sobre las centrales, es sorprendente que nadie haya creído que había una incertidumbre sobre el orden público. En alguna época, cada hidroeléctrica nueva se construía con un batallón al lado y el riesgo país espantaba las inversiones extranjeras. En ejercicios similares que se habían hecho antes, la guerra siempre era una incertidumbre crítica ¿Cómo explicar que en este ejercicio no hubiera sido la preocupación de ninguno de los asistentes?

Mi colega sentenció el tema con una frase demoledora: “El proceso de paz sacó a la guerrilla de la ecuación.”

A pesar de los grandísimos retos pendientes, es innegable que la situación en Colombia cambió. Hoy en día las preocupaciones de los ciudadanos dejaron de ser monotemáticas y migraron a ser la equidad, la lucha contra la corrupción, la seguridad social, la educación y el medio ambiente. A pesar del ruido de ciertos sectores políticos, en vez de entregarle un país a la guerrilla finalmente lo empezamos a ganar para todos.

Digo que lo empezamos a ganar porque todavía no es nuestro. Tenemos que enfrentar las amenazas que representan las disidencias de las Farc, el Eln; los grupos paramilitares y la delincuencia organizada. Además, tenemos que reparar a las víctimas y garantizar que podamos saber toda la verdad, para finalmente ser capaces de dejar la violencia atrás y evitar a toda costa que se repita. Pero hoy, ¿Acaso estamos en el camino correcto? ¿Estamos tomando las decisiones que debemos tomar?

Mi mayor miedo es que no. Trabajando en escenarios, uno se acostumbra a estar pendiente de los mensajes y de las señales del entorno, y las señales que veo me causan una preocupación inmensa: No hay un discurso de apoyo del alto gobierno a la JEP, aumentaron de las masacres, hay un rearme paramilitar, volvemos a ver desplazamientos como el de Ituango, el gobierno ataca de las veedurías de la ONU, y los diálogos con el Eln siguen suspendido. Si seguimos en este rumbo, retrocederemos décadas.

Muchos de estos temas están fuera del control de un presidente, pero la gran mayoría de estos se pueden resolver con voluntad política, un cambio de discurso y decisiones difíciles, pero no imposibles de tomar. Si retrocedemos, en gran medida será por las decisiones del presidente y las posiciones del partido de gobierno.

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Si perdemos la paz, las grandes empresas pueden perder competitividad y sector eléctrico puede perder inversión. Pero para las personas que viven en la Colombia profunda, perderla significa que perder sus tierras, el futuro de sus hijos, la tranquilidad y en muchos casos, la vida.

Si perdemos la paz, los condenamos a ellos a perder la esperanza.

 

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