Sus victimarios (actuando como probablemente a él más le habría gustado por darle mayor perdurabilidad y eficacia a su recuerdo) lo convirtieron en mártir, cuyo sacrificio será el detonante que reventará al régimen
Comenzando su largo mandato, Napoleón (que no era hombre de odios, pequeñas venganzas y mezquindades) no congeniaba con el Duque de Enghiem, un personaje de campanillas, sobreviviente muy respetado aún de la antigua nobleza, muchos de cuyos miembros, cuando en el furor de la revolución no alcanzaron a emigrar, fueron guillotinados. El duque a su vez por razones obvias no era muy afecto al emperador, quien, a causa de un disgusto cualquiera que le sirvió de excusa, lo hizo ejecutar. Cosa que la sociedad entera, incluidos los amigos del régimen, repudió por exagerada e innecesaria.
Perpetrado el hecho, un sordo reproche se plantó en el alma colectiva. Tanto que Talleyrand, canciller y consejero mayor del monarca, sobre tal episodio llegó a decir que “más que un error fue una estupidez”. Ningún déspota se libra de cometer estropicios semejantes y éste le salió muy caro a Bonaparte, cuya imagen pública quedó maltrecha. En adelante ya fue no solo la admiración sino el miedo lo que infundía respeto y obediencia entre los súbditos. Habiendo cometido otros abusos, quizás peores, éste no se le perdonó, dado que la víctima, indefensa, no le representaba ningún peligro a nadie. Si el emperador, hombre previsivo, y superior, dados su genio y hazañas, dio ese resbalón, imagine usted, lector amigo, en qué torpezas no podrá incurrir un personajillo como el presidente Maduro, quien, abstracción hecha de su corpulencia hipertrófica, no es grande en nada.
Puede interesarle: Analogías fatales
Napoleón vivió al revés este contrapunto irónico entre la estatura física y la espiritual. Siendo breve y menudo, descollaba por su inteligencia y arrojo. Tuvo un sobrino que, fuera del fortuito parentesco, nada le heredó, ni la talla siquiera, con el agravante de que, llamándose igual, para diferenciarlo del tío le decían “Napoleón el pequeño”, no obstante llevarle medio metro de estatura. Los apodos que marcan el contraste entre lo real y lo figurado, siempre serán crueles.
En el venezolano no hay grandeza alguna fuera del espacio que su figura ocupa. Pocas veces se ha visto en el hemisferio algo parecido al asesinato reciente, frío y calculado del policía Oscar Pérez, quien ofreció entregarse a cambio de que le respetaran su vida. Así obró por los tres largos días en que, malherido y desarmado, a la vista del mundo entero rogaba por sus compañeros de infortunio más que por sí mismo. Si hubiera ostentado grado de oficial no lo habrían reducido a cañonazos para luego ultimarlo de un disparo en la cabeza. Su pecado fue el de protestar, a su manera, contra la masacre sistemática de 150 jóvenes opuestos a una satrapía envilecida en el crimen y la corrupción. Y el de haber abandonado, asqueado, el cuerpo armado a que pertenecía… Optaron por liquidarlo con tanta parsimonia para escarmentar a quienes siguieran sus pasos. Siendo un policía sin rango, todo ello entraña una mayor cobardía. Pero así sus victimarios (actuando como probablemente a él más le habría gustado por darle mayor perdurabilidad y eficacia a su recuerdo) lo convirtieron en mártir, cuyo sacrificio será el detonante que reventará al régimen. En aras de un ideal, y para lograr ciertos fines, hay muertos más productivos que un ejército o que cien revueltas callejeras. Oscar Pérez no es el duque de Enghiem, pero muerto así será definitivo en el eclipse de la dictadura y el retorno a la institucionalidad en un país desde hace ya demasiado tiempo capturado por vulgares maleantes disfrazados de redentores, de esos que hoy tanto abundan. Pues en estos tiempos inciertos lo que parece ser oro que brilla no es más que escoria.
Lea también: Hay pruebas que indicarían ejecución extrajudicial de Óscar Pérez
Advierto que el estrambótico paralelo entre la Francia de antes y la Venezuela de hoy, y entre los personajes traídos a cuento en ambas, es atropellado y caprichoso, pero algo ayuda a entender lo que acaba de hacer el mandatario vecino, que más que un crimen es una imbecilidad.