Evitar el populismo requiere de partidos fuertes y de una opinión pública madura y vigilante, que soporte el control político a gobernantes
La amenaza a la democracia liberal hoy ya no es el comunismo sino el populismo, de derecha y de izquierda. La primera de estas modalidades surge en Europa y en EE.UU, mientras que en América Latina el populismo es de tendencia izquierdista, salvo en Colombia donde la amenaza proviene de ambos flancos.
En el primer mundo el populismo se camufla como nacionalismo, con el pretexto de proteger la nación de intervenciones foráneas, sean estas económicas, religiosas o raciales. El nacionalismo, la causa junto con la religión de las guerras que han azotado la humanidad, justificó el Brexit y la aparición de los partidos de ultraderecha que rechazan la Unión Europea, el exitoso experimento que ha posibilitado que el viejo continente haya disfrutado más de setenta años sin guerra interna. En EE.UU Trump utiliza el nacionalismo y el racismo para buscar culpables del empobrecimiento de la vieja clase media y obrera de la sociedad industrial norteamericana, que perdió privilegios ante el avance de la tecnología computacional y la globalización, engendro este último impulsado por este mismo país, que desplazó el empleo hacia los países asiáticos y México.
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En Latinoamérica Cuba, Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia han afianzado gobiernos populistas, mientras que México, según encuestas, está ad portas de elegir al populista López Obrador. En Colombia las encuestas favorecen una coalición de ultraderecha liderada por el expresidente Álvaro Uribe, seguida por el izquierdista excalde de Bogotá Gustavo Petro, cuyos talantes como gobernantes ya conoce el país. Para desgracia de nuestras pobres democracias, la llegada de Trump a la Casa Blanca, con su demagogia nacionalista y amenazas de intervención y represalias a sus vecinos mexicanos y a Venezuela, va a fortalecer el endurecimiento de las dictaduras populistas ya establecidos en nuestro medio, a las que se les podría sumar México y Colombia.
Sebastián Edwards (Left Behind: Latin América and the False Promise of Populism, The University of Chicago Press, 2010) define el populismo como “un conjunto de políticas económicas con el propósito de distribuir el ingreso mediante la acumulación de déficits fiscales altos e insostenibles y vía políticas monetarias expansivas”. El resultado de estas políticas está a nuestra vista con la bancarrota del “populismo petrolero” de Venezuela y Ecuador, y para ir un poco más al sur con la otrora próspera economía argentina de los años 40 del siglo pasado, destruida por el peronismo.
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El caldo del cultivo del populismo es el desprestigio de las instituciones públicas que sostienen la democracia liberal: la presidencia de la Nación, el parlamento, las cortes y los partidos políticos. En Colombia este desprestigio se traduce, y con razón, en el rechazo casi generalizado que la opinión pública siente por todo lo que signifique institucionalidad, mas ahora con el destape de la corrupción en la contratación estatal y la venalidad de la justicia.
El problema de nuestras débiles democracias tercermundistas y que conlleva el germen de su extinción radica en el reparto del país, que las clases dirigentes consideran como su exclusivo botín. Pecando por sobre simplificar, diríamos que el primer paso para combatir esta epidemia congénita y generalizada es reducir el tamaño del Estado, pero con la garantía del fortalecimiento institucional que se requiere como condición sine qua non la existencia de partidos fuertes y de una opinión pública madura y vigilante, que soporte el control político a gobernantes, magistrados y representantes en los cuerpos colegiados.
Miremos el ocaso de nuestros partidos políticos, patentizado por el rechazo de muchos de los candidatos presidenciales que en esta campaña electoral prefieren la inscripción por firmas, para no cargar con el lastre partidista. Esta estrategia permite al candidato convertirse en un caudillo sin control institucional: el perfecto líder mesiánico que caracteriza un gobierno populista. Confiemos que la coalición de centro izquierda liderada por Humberto de la Calle, con el apoyo de Clara López y de otros luchadores de la izquierda democrática, no caiga en la tentación del “firmatón populista” y pueda lograr materializar en proyecto político triunfante, que permita trabajar por una mejor democracia, unica forma de asegurar una Paz duradera en Colombia.