Luces y sombras

Autor: Sergio de la Torre Gómez
3 diciembre de 2017 - 12:09 AM

En lo que queda del partido Liberal hay la misma fractura de siempre, mal tratada y soldada

Entre los ex presidentes, hoy por hoy es Gaviria el más ducho en el tejemaneje político. Acumula más preseas y tiene mayor experiencia que Samper y Serpa, con quienes conforma la triada que hoy domina el panorama liberal, cada vez más estrecho y sombrío, si nos atenemos a los sucesivos últimos guarismos electorales. Antes de ocupar la presidencia Gaviria pasó por el Congreso, elegido a voto limpio en Risaralda, o sea en la provincia, como suelen decir en Bogotá. Allí la acción política es más ruda que en la capital, donde quien la ejercita se mueve en escenarios más cómodos y propicios para el arribismo y la lagartería, en fluido contacto con los medios de comunicación y con las élites de todo tipo, que son el filtro que decide los turnos y dispone las oportunidades de quien trepa o se estanca en la escala política y burocrática. Gaviria pues, gracias a sus habilidades, su escuela y olfato, supo situarse y permanecer en la cima, cercano siempre a figuras prometedoras y predestinadas como Barco y Galán, a quien le cupo en suerte reemplazar cuando en mala hora para Colombia fue abatido.

Lea además: estratos y lentejas

El Liberalismo, a lo largo de su existencia, que se confunde con la de la república, triunfante o derrotado, crecido o mermado, cuando como ahora está unido, así sea en apariencia, es una coalición de matices “de izquierda”, como lo definió alguna vez Carlos Lleras. Tan amplia que en los años treinta López Pumarejo, que contaba en su gobierno con el apoyo cerrado del Partido Comunista, llamaba a éste con paternal cariño “mi partidito liberal chiquito”.

Obvio que Lleras Restrepo al hablar así, por exceso de entusiasmo incurría en una inexactitud flagrante, pues en su partido había unas izquierdas tan dispares como la de López Pumarejo y Gaitán, pero también una derecha activa como la santista (de Eduardo, fundador de la dinastía), en la que por entonces se inició el mismo Lleras. Dicha derecha protagonizó la célebre tregua o “pausa santista”, que frenó la Revolución en Marcha de López.

Lea también: Consulta hipercostosa

Hoy, en lo que queda del partido Liberal hay la misma fractura de siempre, mal tratada y soldada, entre el denominado “neoliberalismo” (expresión de la derecha tal como la conocemos ahora, encarnada en Gaviria y que se tradujo en la nefasta política económica de su mandato en los noventa) por un lado, y por el otro lo que bautizaron con el remoquete de moda, de estirpe germánica (un tanto estrafalario, seductor, harto acariciado ahora en nuestro medio, más por imitación que por convicción razonada) que bautizaron, digo, de “socialdemocracia”. Personificada en Samper, Serpa y similares, arropados en la bandera de una izquierda moderada y democrática. Denominaciones éstas que lucen algo exóticas en un partido que desde el plebiscito de 1957, en que se mezcló con los godos y los visigodos, en versión criolla y contemporánea, se aleja del centro y propende a la derecha, por cuenta de las cuotas burocráticas y presupuestales con que sobreviven sus prosélitos y fieles de antes, que ahora son simples capillas clientelares. Por falta de espacio aplazo para luego el tema de las implicaciones, buenas o malas, de la jefatura única del expresidente Gaviria sobre el futuro inmediato del Liberalismo, la exclusión de tres prestigiosas figuras en liza, la suerte de su candidato Humberto de la Calle, el problema de los 40.000 millones desperdiciados en una consulta hipercostosa e innecesaria, que por tal debió haberse cancelado a tiempo. Y la repercusión que el no haber procedido así tendrá en las urnas.

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