Los buenos

Autor: Henry Horacio Chaves
31 agosto de 2018 - 12:04 AM

La vieja idea de que los buenos somos más ha servido de excusa para imponer ideas y para eliminar contrarios en una actitud que pone en duda el concepto del bien y el mal.

 

La reciente “conversación virtual”, a propósito del resultado de la consulta anticorrupción, nos devuelve décadas en la discusión sobre los buenos y los malos. Una dicotomía que nos ha hecho tanto daño que nos hemos polarizado y tendemos a ver la vida a través de ese cristal, llegando incluso a justificar la muerte de los malos.

La verdad es que el mundo de lo cotidiano es más variopinto y que es bastante más complejo de lo que nos indicaba la idea binaria de bien y mal que se plantea desde la literatura infantil y aún desde las religiones. Más allá de las creencias propias e incluso de los propósitos educativos que pudieran tener ciertas historias, el ubicar al lobo en el rango del malo y a Caperucita en condición de buena, nos marca con la idea de poder hacer uso de cualquier camino para preservar lo que consideramos es el bien. Sin embargo, una lectura más quisquillosa de la misma historia podría cuestionar la bondad de una niña que desobedece a la madre y desafía el peligro o la maldad de un lobo que podría padecer de hambre o abandono.

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Una mirada más matizada, seguramente más profunda, nos obliga a pensar que hay gamas más amplias que suelen detener el péndulo entre lo bueno y lo malo, sin alcanzar los extremos. Está claro que cuando expresamos que “los buenos somos más”, tomamos posición desde una manera de ver la vida y asumimos que esa es la manera correcta y precisa de ver el mundo. Dicho de otro modo, quien piensa como yo, quien comparte mis valores está entre los buenos, quien se sale de esos parámetros es el malo.

Además de la evidente vanidad que soporta esa idea, lo que la torna peligrosa es la justificación que les da a algunos para tramitar las diferencias. Si el otro pertenece a los malos, podría eliminarse, ya sea socialmente o físicamente. Poco importa el costo cuando lo que se defiende es la noción de bien. Quienes creen tener la razón y la verdad siempre, con frecuencia piensan también que tienen el derecho de imponerla a como dé lugar, de pelear a muerte contra el mal y contra quienes lo representan. Por ese camino se han justificado históricamente muchas muertes y actualmente cientos de líderes sociales, por ejemplo, viven con la zozobra de una amenaza que puede materializarse.

Si damos por descontado que todos en la condición humana tenemos asuntos por resolver, es decir que no somos totalmente buenos ni totalmente malos, independientemente de lo que ello signifique para cada uno, entonces tendremos que aceptar que al otro, al que a veces consideramos contrario, le ocurre igual; es decir que él tampoco es totalmente bueno o malo. Una compresión sobre la que se basa la empatía que se alimenta del respeto y la valoración de la diferencia.

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Insistamos en que la definición del bien y del mal está hecha a la medida, tiene que ver con los gustos y las historias personales, con la construcción de nuestras vidas. Si el hombre es la medida de las cosas entonces el bien está definido por él, por sus creencias y por sus valores. Pero las axiologías cambian con el tiempo y la geografía. Con mucho, podría defenderse que evoluciona en muchos aspectos y que cada vez es menos tolerable en buena parte del mundo la imposición de creencias y el castigo a la diferencia.

El ser bueno es cada vez menos compatible con la idea de quitarle la vida a quien piense distinto, por ejemplo. La bondad, la visión de mundo no es un asunto de consenso ni mayorías, pero la defensa del valor de la vida se va tornando más importante y ojalá alcanzara el grado de universal. No puede soportarse la idea del bien sobre la base de un baño de sangre o la marginalización de lo que nos resulta separado de ella. Los buenos deberán aceptar incluso la idea simple de una amplitud de visiones que implica que hay otros distintos igual de buenos, igual de humanos.

Ya decía el poeta alemán Bertolt Brecht en su Canción de la buena gente, que “A la buena gente se la conoce en que resulta mejor cuando se la conoce”.  Una verdad de apuño que nos recuerda que una de las capacidades más desarrolladas por los seres humanos es la de decepcionar a los otros o decepcionarnos de ellos. Es decir, que además de creernos los buenos, solemos cambiar de idea sobre qué tan bueno es el vecino. Una duda que los demás también tendrán de nosotros y por la que vale la pena la aventura de vivir.

@HenryHoracio

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