En los Estados Unidos el bipartidismo se enfrenta a unos extremos donde la moderación parece un asunto del pasado.
La izquierda en los Estados Unidos podría estar ad-portas de alcanzar una importante victoria en las elecciones de Congreso de noviembre, gracias a la ansiedad económica de una clase trabajadora que ve como se han ignorado sus principales necesidades. Unos movimientos de gente joven políticamente comprometidos. Sorprende que la fe en el sistema capitalista esté en descenso. De acuerdo con una encuesta de la Universidad de Harvard citada por el New York Times, solo un 42 por ciento de los ‘’millenials’’ se acoge a los principios del libre mercado, mientras un 51 por ciento los rechaza.
En los Estados Unidos el bipartidismo se enfrenta a unos extremos donde la moderación parece un asunto del pasado. En el partido republicano, el trumpismo nacionalista es la fuerza que domina el escenario de la derecha. Entretanto, en el partido demócrata el binomio de los senadores Bernie Sanders y Elizabeth Warren son la cara del progresismo. Estos últimos quieren romper con el liberalismo moderado de Bill Clinton y Barack Obama.
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La izquierda norteamericana sabe que el capitalismo global ha hecho posible una reducción de la pobreza y sin embargo la brecha entre ricos y pobres se ha ampliado. El objetivo de las llamadas fuerzas progresistas no es acabar con el capitalismo sino mejorarlo de modo que funcione para todos. Los marxistas dirán que eso es imposible pues la teoría indica que la economía moderna es inherente al sistema capitalista que eventualmente va a colapsar. Se propone entonces una reforma que implica dos grandes tareas. La primera sería refundir las reglas para una mejor distribución de la riqueza.
Algunos plantean el establecimiento de un impuesto a las transacciones financieras para debilitar el poder de Wall Street que lo ven como el coco de los tiempos modernos. Cambiar la política monetaria y darle prioridad al pleno empleo. La crítica es que ya en los Estados Unidos el desempleo es mínimo pero los salarios siguen rezagados. Igualmente se pide un cambio en la legislación atacando la disparidad existente entre la remuneración ejecutiva frente a lo que gana el ciudadano común.
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Una segunda tarea consiste en hacer posible la justicia y equidad económica para todos. Para lograrlo, implicaría subir el salario mínimo a 15 dólares por hora como ya ocurre en varios estados, que el gobierno federal le brinde un trabajo remunerado a quien lo necesite y se implante un sistema de salud universal. En otras palabras, una agenda de gobierno positiva que apunte hacia la solidaridad y la unión.
Lamentablemente, la realidad actual que vive el país del norte es una radicalización que promueve la división y el conflicto. Unas tendencias autoritarias que desembocan en el nacionalismo étnico y xenofóbico de Donald Trump en la derecha y una especie de versión norteamericana del chavismo económico en la izquierda.
Veremos si ese rechazo a las políticas económicas promovidas desde la Casa Blanca, se reflejara en un cambio de poder en el Congreso y hasta donde el progresismo o izquierda norteamericano será capaz de lograr un consenso legislativo que beneficie a las clases media y trabajadora.
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