El despertar del pueblo nicaragüense clamando por la democracia y las libertades alienta las esperanzas de cambios en los países americanos tiranizados por la inspiración del castrismo y la financiación del chavismo.
El agobio de los pueblos indígenas y los campesinos desconocidos en el intento de construcción del canal interoceánico que satisface la megalomanía de Daniel Ortega; la frustración de los intelectuales y académicos por el silencio impuesto por la omnipresente dictadura del exsandinista y su esposa, así como la desesperanza de los jóvenes que veían cerrados los caminos de la democracia, encontraron en el proyecto de reformar la seguridad social un inesperado cauce que los unió, junto a la iglesia Católica, en manifestaciones que aumentan su convocatoria y convicción al ritmo que la tiranía despliega su aparato represivo.
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Con su paso a las calles, gritándole al mundo que sólo les queda ese medio para expresarse y escoger el mejor futuro para su país, el pueblo nicaragüense alienta a quienes sueñan con la recuperación de la democracia en los países americanos sometidos a tiranías ideadas por el castrismo y sostenidas por Venezuela, mientras pudo. La escandalosa represión a bala de manifestaciones civiles y las taimadas propuestas de Ortega a los reclamos por su renuncia hacen recordar, lamentablemente, las duras consecuencias que su levantamiento a favor de la democracia trajo a los pueblos sirio, acosado por una vergonzosa guerra civil, y venezolano, sumido en la desesperanza que crea la tiranía.
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Además de responder con balas, la pareja Ortega-Murillo, en el poder desde 2007, luego de dos reelecciones, ha salido con globos comparables a los usados por Bashar al-Assad y Nicolás Maduro para entretener a la comunidad internacional y perseguir con fiereza a la oposición: una comisión de la verdad y el diálogo institucional para superar la crisis. Ambos son problemáticos.
Con la comisión de la verdad, creada de facto por la Asamblea Nacional que está dominada por la facción gobernante, se pretende instaurar un órgano ad-hoc responsable de esclarecer los asesinatos de por lo menos 38 manifestantes, cantidad que algunos críticos del régimen consideran que puede superar los 60, a manos de la Policía y el ejército, dirigidos por el presidente. Someter hechos evidentes al proceso de discusión de estas comisiones es generar condiciones para la impunidad que el régimen quiere asegurarse, pues es su punto de partida para preservar la tiranía, ahora de carácter familiar.
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Como sucedió con la primavera siria y la crisis venezolana, en episodio en el que lamentablemente se abusó de la buena voluntad del papa Francisco, Daniel Ortega ha propuesto un diálogo intersectorial, con agenda abierta. Aunque algunos ingenuos, como el cardenal del país, parecen aceptar esta tesis, los más avezados en trampas contra la democracia han hecho notar que cualquier intento de dialogar debe tener como punto de partida, la salida del poder de la pareja presidencial y la apertura de un camino hacia la democracia plural, respetuosa de todas las libertades y garante del derecho a la libre expresión.
Las instituciones interamericanas y globales, como la OEA y la ONU, no pueden con Nicaragua, como sí lo hicieron con Venezuela, darse el lujo de calcular su juego político antes de presionar una pronta solución institucional y sin violencia a reclamos justos por la democracia, las libertades y la transparencia en la gestión de lo público, que ha sido bastante opaca en el régimen Ortega, como lo señalan variopintos manifestantes hoy unidos por el interés superior de su país.
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