Intolerancia y discriminación prenatal: máxima incoherencia

Autor: Carlos Alberto Gómez Fajardo
28 marzo de 2017 - 12:09 AM

Haciendo caso omiso de la historia se aniquila a unos frágiles seres humanos por ser considerados indeseables

Por donde se mire, las cosas parecen estar al revés. El discurso racional en Occidente, en particular de la muy adinerada y cómoda Europa, es de pluralismo, tolerancia, respeto y fortalecimiento de los valores de la democracia. La tendencia que se observa en una Europa laica y descristianizada resulta ser en cambio la del fortalecimiento de los nacionalismos que se encierran en ellos mismos para proteger los logros materiales y económicos de unas democracias liberales amenazadas ahora por los problemas sociales de una imparable ola de inmigración. Ahora se cierran las fronteras, se mira con desconfianza al inmigrante, como a un enemigo. En algunos casos, por supuesto, es así en efecto: sectores fanáticos del islam -una influyente y brutal minoría que impone su voluntad, algo que bien conocemos en Colombia- confunde deliberadamente dos esferas que deben permanecer separadas: la idea equivocada de la religión que se mimetiza en argumento político. Aprovechan el sofisma, como sucede en nuestra adolorida y engañada patria, para justificar el logro obtenido con el accionar de la violencia y el terrorismo. 
Coincide aquel difícil panorama con otra forma de discriminación e intolerancia en el seno de la civilización democrática de occidente: se usan las tecnologías y los avances de la medicina con el fin de eliminar selectivamente a quienes se detectan como enfermos en su fase de vida prenatal y se imponen las políticas de la eugenesia, la búsqueda de lo que algún cínico bioeticista se ha atrevido a llamar el “derecho al mejor hijo posible”.  El resultado final es este: casi el 90  por ciento de los fetos con diagnóstico prenatal de síndrome de Down son aniquilados en los vientres de sus madres. Por su solicitud expresa tornan el diagnóstico en sentencia de muerte. A esto se suma la actividad destructora, violenta e inmoral de los médicos que se prestan a un juego sucio en el que sustituyen su función de cuidadores por la de ejecutores de sentencias de muerte. Disfrazadas de políticas sociales, las medidas eugenésicas son una vuelta trágica a los años más oscuros del régimen nacionalsocialista de la Alemania de los 30, la del pensamiento único, de la intervención absolutista del estado, de la subyugación del individuo a los destinos nacionales establecidos por una camarilla que supo agarrarse férreamente a los poderes públicos.    
Hoy el panorama es peor: haciendo caso omiso de la historia se aniquila a unos frágiles seres humanos por ser considerados indeseables; se usan principios de aplicación de tecnología y de medidas de salud pública con fines de mejoramiento de la raza. Y simultáneamente se promueven los  discursos de los valores, de la autonomía, de los derechos humanos, de la transparencia en los poderes públicos, del diálogo y la tolerancia. Reparten premios Nobel de la paz y simultáneamente ejecutan por medio de una violencia sistematizada y aséptica uno de los más graves genocidios que ha visto la humanidad. La corrupción del sentido fundacional de la medicina y la manipulación habilidosa de la supuesta autonomía de  ciudadanos demócratas y bien informados se convierte -fatal paradoja- en un lodazal de incoherencias y contradicciones. Los bien pensantes –educados y pudientes- quieren mirar hacia otro lado y hacerse los que nada tienen que ver con esta indignante contradicción. 
 

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