Historia oficial del amor

Autor: Álvaro González Uribe
25 febrero de 2017 - 12:00 AM

Gran valor ese de un libro: que luego de terminarlo, uno lo siga leyendo por fuera, escribiéndolo a su modo

Me tomé buen tiempo para leer y terminar la última novela del escritor bogotano Ricardo Silva Romero, “Historia oficial del amor”. Primero, porque me agrada degustar despacio los buenos libros para perdurar el placer de leerlos y, segundo, porque pese a su fácil lectura, es una obra llena de detalles históricos y geográficos que en mi caso acostumbro profundizar, investigar sus contextos y hasta consultar imágenes y mapas.

Es una novela de gran factura con un novedoso estilo: narra de adelante hacia atrás en el tiempo escenas claves de la historia de la familia del autor con sus padres como hilo conductor. “Voy a contar hacia atrás la historia de mi familia. Voy a narrar al revés su destino, su karma y su suerte” (R.S.R.).

La novela se desenvuelve en medio de los acontecimientos históricos más importantes del país, a la par que va narrando sucesos familiares, muchos de estos relacionados directa o indirectamente con los primeros.

Llaman la atención los cientos de detalles que Silva Romero describe para ambientar la obra a cada época: marcas y modelos de carros, películas en cartelera, tipo de aparatos y lugares de moda, y hasta programas y comerciales de televisión, entre otros, que van conformando una escenografía que el lector agradece porque ayuda a meterlo más de cabeza y pies dentro de la novela.

Sin duda, el libro tiene valor histórico, no tanto por los grandes sucesos nacionales ya conocidos que de todas maneras van con la interpretación subjetiva e interesante del autor, sino porque narra hechos más profundos casi desconocidos y si se quiere minuciosos que rondan alrededor de la historia de sus padres, abuelos y varios familiares. Muchas veces son hechos tras bambalinas que no solo atrapan al lector con su grata narrativa, sino que le ayudan a comprender más aquellos grandes acontecimientos como la toma del Palacio de Justicia, la guerra de los extraditables, el Bogotazo y los hechos políticos que fueron ocasionando la Violencia en Colombia.

La figura poderosa de su abuelo, Alfonso Romero Aguirre, congresista liberal costeño de los años cuarenta y cincuenta, además de ser apasionante por su personalidad contradictoria, es también una suerte de pretexto para contar cómo se vivía la política nacional en aquella época, desentrañando la personalidad de políticos como Lleras Restrepo, Lleras Camargo, Laureano Gómez, Darío Echandía y Jorge Eliecer Gaitán.

Sin embargo, la novela no es la historia oficial de la política ni de la Historia, no, es la historia oficial del amor profundo y sin zalamerías entre los padres de Silva Romero: la aguerrida y coherente abogada Marcela Romero Buj y el tranquilo e inteligente ingeniero Eduardo Silva Sánchez. Es la historia oficial de un amor cristalino, expresado por cada uno a su manera, un amor porque sí, que no es protagonista como tal porque se muestra y entiende por los hechos que genera y las actitudes de Marcela y Eduardo. Perdón la confianza, de la doctora Marcela y del profesor Eduardo…

La novela está tejida de sentimientos hermosos, de cómo el autor valora por encima de todo la importancia de su familia entre todas las vicisitudes, de cómo esa unión familiar cuyo aglutinante y centro es el amor entre su padre y su madre siempre está ahí suceda lo que suceda. ¡Sí que tiene suerte!

Silva agradece el haber tenido el hogar que tuvo, que conserva. Sin embargo, deja ver que agradece el amor, la unión, la solidaridad -en este caso familiar- y no su tipo de familia. Eso es clave en el mundo actual donde hay tantas clases de familias.

El trabajo de investigación fue minucioso, y se nota que de esas investigaciones el escritor tomó solo lo que consideró indispensable para no atiborrar la novela, algo que como lector uno agradece pero que en ocasiones lo deja con ganas de más.

De hecho, en mi caso, he seguido investigando sobre varios acontecimientos narrados en la novela. Gran valor ese de un libro: que luego de terminarlo, uno lo siga leyendo por fuera, escribiéndolo a su modo.

Recomiendo esta bella obra a quien de una forma amena quiera incrementar su riqueza humana e histórica.

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