Se trata más de una crónica que de un lamento, prevalece más la auto-confesión que la censura a los que le negaron el voto.
El resultado de las últimas elecciones en Estados Unidos gravitará sin duda en la marcha de múltiples procesos económicos y políticos no sólo en este país; en el mundo global en el que vivimos sus resonancias serán dilatadas. Trump y el trumpismoque ya modela – también preocupa- a múltiples países desde China y Corea del norte a México no deja de lado esta pregunta:cómo explicar la derrota de Hilary Clinton?
Adelantándose a cualquier conjetura, la propia Hillary tomó valientemente la iniciativa en muy reciente libro- que seguramente pronto alcanzará múltiples traducciones- que porta un título algo académico: WhatHappened. Es decir, se trata más de una crónica que de un lamento, prevalece más la auto-confesión que la censura a los que le negaron el voto.
Libro extenso: casi 500 páginas. Y una celebrada editorial: Simon and Schuster. Si se intenta reducir a una y decisiva la razón de su derrota conforme a sus apreciaciones hay que apuntar ésta: la incapacidad de la ciudadanía norteamericana para permitir a una mujer resolver la paz o la guerra, la prosperidad o la crisis, la vida y la muerte de no pocos habitantes del mundo. Serían cuestiones y dilemas que, a juicio de la ciudadanía norteamericana, sólo un macho bien equipado puede encarar. Conclusión a la que Hillary se rinde aquí con audible protesta.
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En rigor, múltiples factores explican un resultado que hasta muy pocas horas del balance final se antojaba improbable. Hillary sugiere, por ejemplo, que el discurso cuasi socialista de Bernie Sanders y el entusiasmo que encendió en amplios estratos universitarios gravitó en su contra. Tesis parcialmente correcta pues, a mi juicio, si en un acto de realismo político hubiera prometido a Sanders un confiable cargo para adelantar sus tesis otro hubiera sido el resultado. En lugar de esta actitud prefirió humillarlo públicamente,y sin renunciar a sus intereses e inversiones en Wall Street.
Ciertamente, Hillary señala que la acentuada atención de la prensa a sus abundantes e-mails sobre temas que merecían discreción y las rígidas censuras de James Comey a la cabeza del FBI días antes del torneo electoral gravitaron en la contienda electoral. Sin embargo, esto no explica cómo y por qué un candidato que apenas satisfacía los tres requerimientos constitucionales – haber nacido en Estados Unidos, con 35 años de edad, y residente en el país al menos catorce años – logró la victoria. Ella debió insistir en las ausencias y defectos del rival: Trump jamás ocupó un puesto político, ni sirvió o juró en las fuerzas armadas, ni reveló alguna vez interés por los asuntos públicos, calificaciones que – al menos una de ellas – han distinguido a la fecha a todos los aspirantes a la Casa Blanca.
En estas páginas Hillary se inclina a confesar que probablemente mal concibió la estrategia electoral. Creía que la elección de una mujer como presidente del país más poderoso e influyente del mundo habrá de cautivar al electoral femenino. No anticipó que el ejercicio anterior de un líder no blanco ya resultaba innovador y revolucionario para una ciudadanía que secularmente adhiere a un porfiado conservadurismo. Elegir a una mujer después de un Obama era incurrir en un exceso cívico. La ciudadanía prefirió a un ario celebrado por su machismo y riqueza, virtudes que el ethos norteamericano festeja.
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La melancolía recorre febrilmente los capítulos de este libro.Hillary sabe que ya es sólo una aislada página en la historia norteamericana. Me permito suponer – pido la gracia del lector – que si ella hubiese adoptado en su momento una radical y cortante actitud respecto a la conducta engañosa de su marido Bill, el electorado femenino le habría revelado el aprecio con superior altura y número. Su débil actitud personal descalabró su formal discurso político. Tema que merece reflexión.