Es necesario volver al pensamiento crítico del maestro que nos enseñó a escuchar, a ser tolerantes y a respetar al otro, como prerrequisitos para la paz.
Guillermo Hoyos Vásquez es sin duda el filósofo colombiano más importante de los últimos cincuenta años, y tal vez el más reconocido pensador latinoamericano de estas últimas décadas. En los difíciles momentos que vive nuestro país, a raíz de la confrontación a que nos ha llevado la implementación del Proceso de Paz con las antiguas Farc, es necesario volver al pensamiento crítico del maestro que nos enseñó a escuchar, a ser tolerantes y a respetar al otro, como prerrequisitos para la paz.
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Tal como lo ha señalado Víctor Manuel Moncayo en su Antología del pensamiento crítico colombiano contemporáneo (existe versión PDF en internet), Hoyos desempeñó un papel fundamental en el desarrollo de las ciencia social crítica en Colombia y en todo el continente. En uno de sus últimas intervenciones antes de su muerte en 2013, titulada La ética en Colombia en medio de la violencia y la ruptura del tejido social, demarca muy bien su compromiso con la urgente necesidad de interrumpir nuestra prolongada violencia. Acudiendo a Derrida, propuso el perdón de lo imperdonable a partir de la consideración de que la cultura del perdón tendrá que llegar a ser virtud cívica, sin dejar de ser para muchos sólo virtud religiosa, y para denunciar que “desafortunadamente, entre quienes están por la reconciliación que nos lleve a la paz, la mayoría piensa que la memoria que buscamos y la verdad que reclamamos es solamente para la reparación de las víctimas y para que se castiguen todos los delitos. Pero resulta que memoria y verdad también pueden llevar a reconocimiento de culpa por el victimario, a justicia transicional acompañada de perdón, que no siempre significa olvido, como piensan algunos al identificar perdón y olvido”. Aunque no se pueda olvidar es necesario perdonar, tal como Mandela lo enseñó y practicó.
Más adelante agregaba Hoyos: “Creo que en este momento lo más importante es que los colombianos nos preguntemos qué tan alta tenemos la virtud cívica de la cultura del perdón. Si llegamos a la actitud de querer poder perdonar lo imperdonable o si pensamos que el tema de la impunidad es asunto de justicia, no como equidad, sino como castigo, traducida en años de cárcel”, tal como nos lo quieren imponer las fuerzas de ultraderecha, en un disfrazado afán de venganza que solo nos llevaría a la perpetuación de la guerra y la inequidad que por décadas padece nuestro pueblo. De los candidatos que competirán este año por la Presidencia de la República, el que más claramente ha incluido en su discurso la prédica de la reconciliación y el perdón es Humberto de la Calle, sin dejar de reconocer el apoyo al Proceso de Paz de los candidatos de izquierda.
El perdón nos permite un nuevo comienzo para aceptar la realidad y reconciliarnos con ella, y es ante todo una decisión personal. La paz es una de las condiciones para el desarrollo con equidad que reclama el país y el perdón es uno de los fundamentos para la paz. Perdón no significa estar de acuerdo con el hecho ni concederle la razón al victimario. En el proceso de reconciliación que hemos iniciado los colombianos debemos tener presente que perdonar no es olvidarse de lo que pasó, sino tener la sabiduría y la serenidad interior para ver el daño sufrido desde un punto de vista distinto.
Tal como lo anota el Grupo Sofos de la Casa Museo Otraparte en Envigado, la propuesta del perdón no se comprende ni se acepta fácilmente, ya que es un mensaje en cierto modo paradójico, que a corto plazo parece ser una aparente pérdida pero que a la larga asegura un provecho real. La violencia (y la venganza) es exactamente lo opuesto: busca satisfacción inmediata, pero a largo plazo produce perjuicios reales y permanentes. Lejos de afectar la dignidad de la autoridad y nuestro orgullo, el perdón nos llevará hacia una sana y fructífera convivencia. El perdón, la confianza, la educación en valores y la reconciliación son el fundamento de la paz.
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En una conferencia titulada Utopías e incertidumbres sobre la paz presentada por Hoyos en la Universidad de los Andes en 1998, nuestro pensador se ubica en la frontera entre la filosofía moral, la política y el derecho, mostrando que uno y otro discurso se necesitan, si pretenden poder llegar a los ciudadanos, quienes en última instancia conforman la democracia participativa. Sin entrar a detallar el significado de esta convergencia entre filosofía y ciencias sociales, hay que destacar categorías y análisis que no se agotan en la descripción desde la perspectiva del observador (el investigador que analiza), sino que comprometen al ciudadano, cuya perspectiva de participante implica un “punto de vista moral”, una concepción normativa de las gramáticas de la política, propia del uso ético de la razón práctica. La paz como imperativo moral, según la clásica expresión de Kant “no debe haber guerra”, y el diálogo como principio comunicativo de la política deliberativa y único camino posible hacia la pacificación, son el presupuesto de todos los análisis. Es en definitiva el lugar de encuentro de la filosofía y las ciencias sociales animando la participación ciudadana.