Gravitación universal

Autor: Sergio de la Torre Gómez
1 octubre de 2017 - 12:07 AM

La vieja insurgencia, en resumen, es transversal a la historia colombiana de las últimas 6 décadas

La terapia frentenacionalista que aquí nos dimos, pactada para 16 años en una coalición, se prolongó más allá de lo previsto. La dirigencia de los 2 viejos partidos se engolosinó con el experimento, que le permitía compartir el poder sin la incomodidad de disputárselo en las urnas o en las calles con esa pugnacidad feroz que caracterizó la acción política por casi siglo y medio. Y que se moderó gracias al largo maridaje iniciado en el 58 y a la simbiosis ideológica entre ambas facciones creada a su sombra. La acción política sufrió un cambio visceral: los protagonistas siguieron siendo los mismos de siempre, que se transmitían el mando por herencia o delfinazgo, pero los partidos en que se apoyaban desaparecieron, mutaron su sigla y hasta su lenguaje, que se volvió más preciso y actual en términos de izquierda y derecha. Ahí obró también un factor, de larga y larvada gravitación en la Colombia rural y de contera en la urbana. Influyó sobremanera la presencia ubicua y constante de las Farc, prefigurada desde el remoto 9 de abril y alimentada en la llamada violencia subsiguiente. Con dicha insurgencia el Ejército regular nunca pudo y ella acabó revelándose como invencible, en el sentido de que se podía arrinconar y diezmar en ocasiones, más no eliminar del todo. Todo ello merced, entre otras circunstancias que la favorecían, a nuestra endiablada topografía y a la complicidad o connivencia de la vecina Venezuela. Esa guerrilla, y subsidiariamente el Eln, hacían parte del paisaje, como elemento infaltable de nuestro panorama político. Factor crucial en ese panorama, se volvió una traba inamovible para el desarrollo de un país que, dotado de los mismos, y hasta más y mejores recursos humanos y naturales, no avanzaba al mismo ritmo que sus pares en el subcontinente, exceptuando por supuesto al Cono Sur, que tiene otra morfología.

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La guerrilla fariana ya tenía pues acreditado un costo, que había que descontar de los índices de crecimiento o PIB del país, anualmente registrado. Con esa carga, lejos de avanzar, nos fuimos rezagando del resto, siendo, repito, un país tan rico y bien provisto como los demás. Dado que no podía derrotársela, forzoso era negociar con ella en serio y, al parecer, costara lo que costara. O sea, pagando ese precio exorbitante que jamás nadie pudo imaginar, como nunca se acertó a calcular y contabilizar el daño que ella nos ocasionaba. En el interregno, y mientras cuajaba la negociación final, las Farc, enquistadas como una llaga en la piel de Colombia, conscientes del rol (privilegiado por lo destructivo) que jugaban en su devenir, y enteradas de la importancia que habían adquirido en el imaginario de la clase dirigente, se hicieron cada vez más remisas y difíciles (o, como dicen las señoras de aquí en su lenguaje familiar, tan gráfico) se “aliñaron”, sabiendo que se habían vuelto el centro de las miradas o, en otras palabras, la clave del futuro.

Desde 1998 vienen determinando, por la negativa o por la positiva, la escogencia del presidente. Decidieron el triunfo de Pastrana cuando le tendió la mano a Tirofijo, para luego, al fracasar el Caguán, liquidar su imagen. Decidieron el triunfo de Uribe en los dos comicios presidenciales siguientes, por razones opuestas, es decir, porque prometió combatirlas y finalmente las arrinconó, a ellas y al Eln. Y decidieron también el triunfo de Santos en su último período, por haberse embarcado en un proceso de paz riesgoso pero que hasta ahora, mal que bien, parece cristalizar. Ellas, y a sus espaldas los elenos, marcarán el resultado de los próximos comicios, según como se sitúen los candidatos.

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La vieja insurgencia, en resumen, es transversal a la historia colombiana de las últimas 6 décadas. Sin ella no es posible entenderla ni explicar la en sus contramarchas, vuelcos, pausas y demás vicisitudes, pues la guerrilla gravita fuertemente en nuestro diario vivir como nación y decide su rumbo, tal cual lo hemos constatado. El tema de la paz y de lo que se pactó para alcanzarla no sólo en los papeles firmados sino en la práctica, seguirá siendo, y ahora sí con más razón, el tema crucial y definitorio de la campaña electoral en curso.

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