Bueno, ya estamos en 2017. Como al principio de cada año, le deseamos a nuestro prójimo mucha felicidad en el nuevo año.
Bueno, ya estamos en 2017. Como al principio de cada año, le deseamos a nuestro prójimo mucha felicidad en el nuevo año. Pero los propósitos, los juramentos, las metas autoimpuestas en enero, son la expresión de nuestro deseo de la propia felicidad. Sobre todo los habitantes de esta ciudad hermosa y admirada de Medellín, aspiramos a tener el sosiego y el bienestar que merecemos y por el que pagamos. Con todo lo que nos cuesta todo lo que tenemos, debemos tener una ciudad en la que podamos caminar por andes amplios, cuidados y libres de la acción de los maleantes que las ocupan a la vista de los funcionarios o contratistas municipales; en la que no perdamos la mitad de la vida tratando de salir de los eternos defectos de la política local de movilidad.
Cuando se mide la gestión de los alcaldes de los municipios que conforman el Área Metropolitana, el nuestro queda muy lejos de los que se destacan por sus buenas obras. Sin embargo, la medición nacional lo ubica como para que nos coman de envidia todas las ciudades de Colombia. Sin que medie la suspicacia, normal en estos casos, es extraño el puntaje de nuestro muy coloquial alcalde. Parece como si les diera vergüenza ponerlo de primero, por encima del de Barranquilla, pero le dan una calificación que contrasta con el sentir de los habitantes de la ciudad, entre los que hay que creen que aún no se ha posesionado. A lo mejor están midiendo indicadores tan sofisticados que la pobre mente de uno no comprende. A lo mejor se están burlando de él, o de Medellín.
En la ciudad campean los delincuentes. Todos somos presa del pánico cuando andamos por las calles, caminando o en vehículo, esperando el zarpazo de los carteristas, o la pistola amenazante de los atracadores. Cada comuna, cada barrio, cada calle, tiene su nivel de riesgo, casi siempre alto. Pero el alcalde se va a despachar al barrio Castilla, a conversar con la gente y a montar en bicicleta para, según él, con su presencia arrolladora acabar con la inseguridad del sector. Pero en su actuar se descubre su verdadera esencia, nuestro muy poco acertado alcalde tiene alma de policía de barrio, y para regir una ciudad de estas, tan acostumbrada a las buenas direcciones, se necesita talante de estadista, grandeza para generar la seguridad que inspiran los buenos gobernantes.
Las encuestas pueden decir lo que quieran los dueños de las firmas encuestadoras, pueden ensalzar a quien quieran, pero la verdadera medición de la gestión de un alcalde, la hacemos los habitantes. Ahora tenemos un gabinete municipal en interinidad, como el del gobernador del Departamento. La diferencia está en que en que este último es capaz de mover él solito, todos los hilos de la Administración, sin necesidad de secretarios. Medellín si necesita un buen gabinete, que ayude a este pobre señor que tenemos de alcalde y que nos ayude a todos a retomar la ciudad amable que teníamos antes de su llegada. Solo falta que comience a escribirle al presidente, criticando la desmovilización de las Farc. Es muy distinta la historia no oficial a lo que dicen las encuestas.