La conmemoración del quinto centenario de la Reforma Protestante como excusa para recordar el Elogio de la Locura con el que Erasmo de Rotterdam invitó a la rebeldía intelectual.
Se conmemoran los 500 años de la Reforma Protestante, cuyo punto de partida se fija el 31 de octubre de 1517 con las 95 tesis que Martín Lutero clavó en el portal de la Iglesia de Todos los Santos en Wittenberg, pero que si se mira un poco atrás se ve al que para muchos es el primer humanista moderno y gran inspirador de la reforma: Erasmo de Rotterdam. Aunque no hay evidencia de que se conocieran personalmente, Lutero reconoció que para él fue inspirador el hecho de que Erasmo hubiese traducido el Nuevo Testamento para ponerlo al alcance del pueblo que no conocía el latín; tan inspirador que él mismo tradujo la Biblia entera al alemán, en 1922, es decir seis años después.
Es que, para Erasmo, la cultura, el conocimiento, debían estar al alcance de todos, so pena de convertirse en un instrumento de dominación. “Cuando a la cultura se la disfruta como al oro, la cultura envilece tanto el como oro”, diría. Por eso rechazaba las presiones de la institucionalidad, la escuela, la iglesia, que según él impedían a la gente pensar libremente. Ese es el eje de su “Elogio de la locura”, que con tono satírico critica las supersticiones y las prácticas aparentemente piadosas, pero corruptas de la Iglesia Católica. Acaba de regresar a Inglaterra de Roma y tenía viva la decepción por los comportamientos que veía en la Curia. La misma que impulsaría a Lutero a rechazar la venta de indulgencias para construir la Basílica de San Pedro.
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Con una especie de humor negro, Erasmo habla de las “ventajas” de la ignorancia, la Estulticia, sobre la razón dominante. Dirá que son más felices los hombres necios que los sabios, si bien advierte que la necedad cobija aún a los académicos, los teólogos, los obispos y los reyes. Una obra que en poco tiempo tuvo varias ediciones y traducciones y que le procuró una fama que seguramente él no esperaba. Sin duda, un gran pensador que inspiró a otros como Tomás Moro, su gran amigo, y terminó alentando nuevas ideas como la de La Reforma, sin la cual para muchos no habría modernidad; o por lo menos no como la conocemos.
El quinto centenario de ese hito, la memoria de Lutero y de sus tesis, deberían servir de excusa para volver a leer a Erasmo, para escuchar su reclamo contundente de no tragar entero, de ejercer la libertad de pensamiento como condición de la inteligencia, de acercar el conocimiento a todas las personas y de fomentar en cierto modo la rebeldía como expresión vital de las ideas. Bienvenidos los locos como él, así planteen mundos en los que no nos encontremos o ideas con las que no comulguemos. Bienvenido el debate, hoy y siempre, como expresión de la razón que sopesa y calcula, por encima de los prejuicios y las cárceles mentales. Bienvenida la locura que muestra nuevos caminos y que plantea nuevas discusiones.
Pero no la locura de muerte que siembra de sinrazón cualquier territorio. Esa que nos deja datos tan tristes e improductivos como el aumento de muertes violentas en Medellín en el octubre que acabamos de enterrar. Vidas que fueron cegadas y que dejan tantas otras en suspenso, ante la indiferencia de una sociedad que no es capaz de tramitar las diferencias desde la inteligencia. Esa misma sociedad que se escandaliza ante la posibilidad de que un guerrillero sea candidato presidencial tras dejar la guerra, como si eso solo le asegurara la victoria. Tal vez es que nos habita una locura distinta en la que le tememos más la palabra que a la violencia.
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Si le cantamos loas a la diferencia y al debate, debemos saludar la torpeza de las Farc en mantener su nombre para hacer política y en anunciar la figura de Timochenko como su candidato presidencial. Sabíamos que eran torpes para la política y crueles para la guerra, son fieles a sí mismos. La diferencia es que ahora cada error político es un tiro en su propio pie y no cobra la vida de otros. Que sigan en su locura y que sucumban en las urnas, que es el terreno en el que se libran las batallas de la democracia.