Este ha sido el verano del descontento. Al tiempo que los norteamericanos celebraban el 4 de julio, la polarización va en aumento. La confianza de la gente en el gobierno y sus instituciones ha caído a niveles nunca vistos. Solo uno de cada cinco percibe que el país va por el camino adecuado y las cosas se están haciendo bien. Una reducción notable pues en los sesentas un 80 por ciento de los ciudadanos confiaban en sus dirigentes. Muy preocupante que la tendencia de largo plazo sea la pérdida de credibilidad de la clase política en el país de los valores democráticos.

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Muchos alegan con razón que la desconfianza en el gobierno viene de tiempo atrás. Desde la guerra de Vietnam, el escándalo de Watergate, la inflación de 2 dígitos de la era Carter, la crisis financiera de finales de la década pasada, las costosas aventuras en Irak y Afganistán, los cuestionamientos a la candidata Clinton y la presunta intervención rusa en las elecciones por mencionar algunos. El desencanto con una clase política que no encuentra consensos y que promete más de lo que puede dar.

Para millones de norteamericanos esa búsqueda de la felicidad plasmada en la Declaración de la Independencia se ha vuelto esquiva. Los esfuerzos de la derecha por debilitar el acceso a la salud, desmontar las protecciones al medio ambiente, restringir la migración vetando la llegada de musulmanes y expulsando a los indocumentados, constituyen un asalto a los derechos y libertades individuales. El disenso, esencial en la democracia, es visto con sospecha.

Sin lugar a dudas la elección de Trump ha atizado la división con consecuencias que apenas comienzan a aflorar. Por un lado, las reiteradas protestas de quienes piden un juicio político y del otro, las manifestaciones de apoyo de sus seguidores que no son pocos. El chivo expiatorio son los medios de comunicación acusados de propagar noticias falsas y de ser enemigos del actual mandatario por el simple hecho de cuestionar las mentiras y exageraciones.

Para esta administración los cuestionamientos y críticas son un engendro de los medios de la izquierda empeñados en no dejar gobernar a Trump. Las incitaciones a la violencia salidas del twitter presidencial en contra de los opositores no tienen precedentes. Un video montaje mostrando al presidente golpeando a un hombre con el logo de CNN en su cara, llegó a sus más de 19 millones de seguidores. Estamos frente a situaciones anómalas nada propias de un presidente. Para una inmensa mayoría, 7 de cada 10 según la más reciente encuesta, los niveles de convivencia han disminuido desde que Trump asumió las riendas del país.

Las manifestaciones de rechazo a los comportamientos irracionales del presidente han servido a muchos que nunca habían participado del proceso político a expresarse y hacerse sentir. Las redes sociales y las nuevas formas de comunicación utilizados por esta generación amplían el debate y las discusiones virtuales. Un privilegio inexistente de las épocas pasadas. Además, hoy día los jóvenes mayoritariamente no tienen  preferencias partidistas. Quienes se definen como independientes va en ascenso.

Históricamente, los norteamericanos han sido optimistas. Hay siempre la esperanza de que las generaciones futuras estén mejor que sus antepasados. No obstante, preocupa que muchos sean pesimistas de lo que les espera y que sus líderes en Washington no puedan ponerse de acuerdo para el bienestar de todos. Los padres de esta gran patria estarían muy desencantados al ver que no es posible zanjar las diferencias. 

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