La reacción de los militares en retiro ante la petición de información de la Comisión de la verdad es un anuncio de lo difícil y doloroso que será saber y entender qué nos pasó. Pero es necesario.
Mucho escozor causó la solicitud de información de la Comisión de la Verdad al Ministerio de Defensa. Aunque se trataba de una comunicación privada, similar a la que según se supo se había enviado a los representantes de otras instituciones e incluso a los excomandantes de las Farc, se hizo pública a partir del virulento rechazo de los militares en retiro que se sintieron señalados a priori y se mostraron vulnerables.
El presidente de la comisión de la verdad, el padre Francisco de Roux, dijo con tono sereno pero firme que no reconoce a los exmilitares como interlocutores para el tema. Lo cierto es que ellos se sintieron atacados y previeron que el país los vería como torturadores, por algo será. Su reacción airada contra la Comisión y su presidente hace valorar en mayor dimensión la valentía de personas como doña Fabiola Lalinde, quien con su “Operación Sirirí” logró demostrar que su hijo Luis Fernando había sido torturado, asesinado y desaparecido por agentes del Estado en el Suroeste antioqueño. Le tomó más de dos décadas, pero consiguió la primera condena de la Corte Interamericana contra el Estado Colombiano por desaparición forzada.
Lea también: Una luz por la 13
El padre de Roux reiteró que la obligación de la Comisión es precisamente conocer los detalles de lo ocurrido en el país en las últimas décadas para develar la verdad histórica del conflicto, precisó que no se trata de una responsabilidad jurídica ni tendrá valor procesal alguno. Es decir que lo que se conozca servirá para saber qué nos pasó, con la idea de construir caminos de reconciliación y garantías de no repetición, pero no servirá de prueba contra nadie en particular. De hecho, aunque ha pedido información clasificada de inteligencia y contrainteligencia, se comprometió a que no se revelará ni desclasificará. No lo dijo, pero dada su condición de sacerdote se presume la devoción del carácter de secreto en lo que así lo amerite.
Sabe que su tarea implica causar molestias, pero entiende que solo si se trata de recomponer la verdad desde 1953, el año del golpe militar que para muchos es el germen del conflicto, el país podrá dar un salto cualitativo en la vía de la reconciliación. Tiene un mandato que le implica buscar la verdad del conflicto y de los derechos humanos en el marco del derecho internacional humanitario y, como ha hecho siempre, hará todo lo que esté en él y más para cumplirlo. Por eso pidió acceso a los documentos en donde se encuentren, no copia ni traslado; y autorización para hacer entrevistas y aplicar metodologías de investigación que le permitan acatar su mandato.
Aunque algunos se sientan señalados, prejuzgados o estereotipados, la comisión no juzgará a las personas, sino que tratará de establecer la responsabilidad institucional del Estado, de las Farc, de los paramilitares y de todo aquel que de una u otra forma haya participado del conflicto. Desde la Presidencia de la República se ordenó al ministerio la entrega de la información que no ponga en riego la seguridad nacional. Sin embargo, en riesgo ha estado desde hace más de medio siglo y lo que más vulnerable la hace es la injerencia de los agentes del Estado que deshonraron los uniformes y las instituciones, quienes torturaron y desaparecieron, quienes hicieron pasar como criminales a jóvenes indefensos, quienes buscaron, más que el control del orden público, beneficios particulares de un conflicto que aún no superamos.
Además: Trasteo en la Casa de Nariño
Y las Fuerzas Militares en conjunto, como institución, son también víctimas del accionar de esos uniformados que las mancillaron. De ellos y en muchas ocasiones de las acciones criminales de las guerrillas, los paramilitares y la delincuencia común. Por eso la Comisión de la verdad también pidió bases de datos de las familias de las Fuerzas Militares y de Policía que hayan sido afectadas por acciones del conflicto.
Será un trabajo largo y delicado. Seguramente muy doloroso, pero no hay otra forma de conocer la verdad y buscar una reparación que nos permita avanzar como sociedad. Buscar la verdad ha sido una preocupación ontológica, una meta casi utópica, pero necesaria. A veces parece un camino hacia el final del arco iris, pero sin duda es una ruta necesaria, no para quedarse en el rastro ensangrentado sino para construir nuevas sendas colectivas de respeto y tolerancia. Implicará hacer sacrificios y dejar prejuicios, pero merece la pena.
@HenryHoracio
94 muertos dejó terremoto de magnitud 6,5 en Indonesia