Convivencia y reintegración confluyen al otro lado del Atrato

Autor: Sergio Andres Correa Buitrago
26 marzo de 2017 - 02:00 PM

En la ribera del río Atrato, el barrio Avenida Bahía Solano de Quibdó se erige como ejemplo de integración y convivencia. Pese a las condiciones de pobreza y marginación, allí cohabitan desmovilizados, personas afrodescendientes e indígenas de la etnia Emberá.

Quibdó

A primera vista, Quibdó parece una ciudad en obra gris. Mientras algunas edificaciones permanecen a medio construir, a la espera de que algún lío jurídico o algún déficit presupuestal hallen solución; otras, de tan viejas, lucen a punto de venirse abajo.

Caminar por sus calles principales significa esquivar el penetrante sol, que a 28 grados de temperatura y en una humedad cercana al 97%, hace de la ciudad un pequeño infierno cada tarde. Y cuando llueve, que es casi a diario en el Chocó, el transeúnte debe sortear los arroyos y profundos charcos que deja el agua a su paso en la búsqueda incesante del camino al río, donde volverá a correr con libertad.

Toda esa travesía vale la pena si el caminante logra llegar a tiempo al malecón para ver cómo el sol enrojecido se esconde tras los arbustos a la orilla del río Atrato al atardecer, brindando un espectáculo único en aquella extraña, pequeña, empobrecida y a veces violenta capital departamental.

Y ahí, entre esos arbustos que cada tarde parecen incendiarse entre el cielo anaranjado, se divisan desde la orilla unas cuantas casitas de madera. Es el barrio Avenida Bahía Solano.

“Nunca ponen los ojos hacia allá”
Para llegar hasta el barrio Avenida Bahía Solano, hay que navegar. Bien sea panga o lancha rápida, los medios de transporte fluvial son los únicos que conectan el barrio con el entorno urbano de la ciudad. El Atrato, grande e imponente, además de ser vía de comunicación, vertedero de basuras y -paradójicamente- fuente de alimento, cumple el papel de barrera natural.

Ese aislamiento ha generado segregación y marginación al caserío por parte de los quibdoseños. Así lo manifiesta Heiler Alexander Mena Moreno, quien preside la Junta de Acción Comunal de Avenida Bahía Solano: “Aunque es un barrio de Quibdó, sí vivimos un poco marginados en cuanto a lo de la ciudad. Nosotros como comunidad hacemos parte de Quibdó. Ya que nos tienen un poco estigmatizados, es diferente, pero nosotros somos parte de Quibdó, parte del Chocó y ahí es la barrera entre ellos, porque desde que tengo uso de razón, yo tengo 31 años, y nunca he visto que los gobernantes pongan los ojos hacia allá”.

Tal como ocurrió en todo el país y particularmente en el Chocó, a Avenida Bahía Solano llegaron las consecuencias de la violencia. “Nos ha afectado porque éramos un grupo reducido y la violencia hizo que muchas familias llegaran de partes de abajo y de arriba del río, y se asentaran allí. Es un barrio conformado por muchos desplazados, muchos de ellos reinsertados, y hemos aprendido a convivir los unos con los otros”.

Y fue justamente el deseo de romper con esa invisibilización el que motivó a cerca de 50 voluntarios de todo el país a llegar a Avenida Bahía Solano desde el pasado 15 de marzo para participar en Vamos Chocó, una iniciativa enmarcada dentro del programa Vamos Colombia, en el que diferentes empresas convocadas por la Fundación Andi realizan un ejercicio de responsabilidad social empresarial, interviniendo en zonas que han sido afectadas por el conflicto armado.

“Queremos aportar”
Abandonando la comodidad de su vida en Medellín, Juan Carlos Forero, empleado de Telefónica Movistar, tomó un vuelo hasta Quibdó y donando días de su período de vacaciones, se dispuso a participar en el objetivo que él y los demás voluntarios debían alcanzar: adecuar y embellecer la escuela de Avenida Bahía Solano, así como el centro de salud y otros espacios para uso de toda la comunidad.

Antes de llegar, Juan Carlos fue notificado por los organizadores de Vamos Chocó, de las difíciles condiciones en las que se desarrollaría el trabajo. Sin embargo, eso no lo detuvo ni le hizo perder ánimo: “Yo he participado en muchos voluntariados de este tipo. Voluntariados en los que uno tiene que irse preparado para cosas a las que uno ya está acostumbrado. En esta experiencia no me costó trabajo nada, primero porque yo voy preparado para lo que me comentan y para lo que sé que voy a hacer. A nosotros nos dijeron desde el principio que había que dormir en el piso, que había que bañarse en duchas comunes, que había que comer lo que en el momento nos brinden, hay que embarrarnos, hay que sudar, hay que asolearnos”, expresó.

Lo primero que Juan Carlos encontró al llegar al barrio fue unas cuantas casas hechas de tablas, con techos de zinc, en medio de un terreno pantanoso en el que niños corrían y gritaban alegremente, todos ellos descalzos. Eso, para el voluntario, representó una enseñanza especial: “Mire, yo veía a esos niños jugando descalzos y veía que ellos son felices, ¿cierto?, ellos son felices en el barro, pateando un balón. Uno también se tiene que poner como se dice, literalmente, en los zapatos de los demás. De pronto, por su estilo de vida y por desarrollarse en una sociedad como en la que estuvimos, todo les parece tranquilo, todo les parece normal, el estar descalzos, estar con una pantaloneta, sin camisa, y ellos viven felices. Entonces uno dice, ¿por qué uno que tiene todo, exige más de lo que uno quiere?”, reflexionó.

Para el funcionario de Telefónica Movistar, ser voluntario es un estilo de vida que va más allá del simple deseo. “Yo decido ser voluntario porque rescato que siempre ha habido en mí como persona las ganas de apoyar a otros, independientemente de cuál sea el apoyo. Vi en mí desde siempre el deseo de participar en una actividad donde los demás que necesiten algo, puedan con una sonrisa decir gracias, pero igual considero que para uno ser voluntario debe tener mucha actitud y mucha aptitud, porque las condiciones a las que uno se enfrenta son difíciles”, señaló Juan Carlos, al tiempo que reconoció que su paso por la Fundación Telefónica, a la que pertenece hace seis años, le ha cambiado la vida: “Esto me ha vuelto una persona con más actitud, una persona que ve la vida de otra manera. Incluso hay otras personas que me lo han comentado, que lo han visto en mí. Este tipo de actividades son gratificantes, porque, por ejemplo, que una persona lo abrace a uno aunque no le diga 'gracias', que una persona lo abrace a uno sin conocerlo, o que en quince días se encariñen con uno y le digan 'no se vaya, por favor', eso es gratificante y como persona lo cambia mucho a uno”.

Es por eso que él, después de recorrer como voluntario varias zonas del país, destacó la solidaridad y la organización del barrio Avenida Bahía Solano: “Uno ve que esa gente es solidaria. La ayuda mutua que ellos tienen, porque ellos son muy solidarios entre ellos mismos, en la comunidad, tanto con los indígenas que viven detrás de las casas, como con ellos mismos. Vi que se cuidan unos con otros y todos piensan en un mismo fin, que es el de estar mejorando cada vez más. Ellos son muy amables, es gente muy amplia, gente que si uno les habla, contesta. Son personas accesibles, personas que le ofrecen a uno confianza”.

Sin liderazgo, nada es posible
Esa misma organización y solidaridad convencieron a Marc de Beaufort, director del programa Vamos Colombia, a desarrollar el ejercicio de voluntariado en el barrio Avenida Bahía Solano.
“Estos procesos son imposibles de hacer sin organización. Acá, Avenida Bahía Solano, en Quibdó, es un barrio increíblemente vulnerable, pero encontramos a dos jóvenes líderes comunitarios que representan los valores de la berraquera, la inteligencia, la organización, la representación. Y eso es lo que nos permite hablar con la comunidad y decirle que vamos a hacer algo”, explicó.

Para De Beaufort, que también lideró la campaña Soy Capaz de la Andi, la clave de los procesos sociales no está en saber encontrar quién ayude, porque las ganas de aportar abundan, sino en encontrar qué hacer y que sea pertinente: “Creo que nuestro principal objetivo es entendimiento, creo que la solidaridad y el deseo de ayudar a la gente es algo que es común y que encuentras en casi toda la gente. Es muy difícil encontrar alguien que diga 'uy, yo no quiero ayudar', pues uno los encuentra, nuestra sociedad impulsa a veces esos deseos por diferentes razones, pero creo que la gente en el fondo siempre quiere ayudar. A veces lo que pasa es que la gente no encuentra cómo ayudar, ni en una coyuntura como la de este país, donde estamos en un supuesto proceso de construcción de paz. Pues eso es más difícil de entender: yo qué puedo hacer para aportar algo. Y lo primero que podemos hacer es entender que este es un país con muchas realidades diferentes y si no empezamos a entendernos los unos con los otros, pues no podemos ni siquiera empezar a pensar en un proceso de construcción de paz. Creo que se logra por eso mismo que te digo, porque la gente tiene un deseo, simplemente que a veces no sabe cómo empezar”.

El director de Vamos Colombia destacó que “en un lugar como Avenida Bahía Solano, el 70% de sus pobladores son desplazados. Eso ha pasado a lo largo de los últimos 20 años y sólo han vivido el conflicto” y ello representa la gran brecha de la realidad colombiana, pues “en Colombia hay dos realidades, hay gente que vive en realidades urbanas muy lejanas a de verdad cómo se desarrolló el conflicto; y hay municipios que sólo han vivido el conflicto”.

Es por eso que, en su opinión, lo más importante para construir la paz y superar el conflicto es encontrar los objetivos en común que los colombianos, pese a nuestras diferencias, conservamos: “Tenemos que dejar de pensar que apoyar a nuestro país es apoyar a la Selección Colombia, el país es un conjunto de actores, todos diferentes, que en algún momento tienen un propósito en común y ese es el que tenemos que empezar a encontrar si vamos a construir la paz”, afirmó.

Y es en ese orden de ideas en el que se define, de acuerdo con De Beaufort, el rol de la empresa privada: “Chévere que la empresa privada contrate desmovilizados, pero en este momento creo que el número de desmovilizados en Colombia está cercano a 34.000 por todos los procesos anteriores. En este momento, se supone que hay alrededor de 7.000 efectivos de las Farc que se están desmovilizando. Sumémoslos todos, son 40.000 personas. Eso ni siquiera es la población de Quibdó, es más, eso es un pueblo chiquito de Colombia, ¿en qué momento un país de 50'000.000 piensa que contratar 40.000 personas es la solución? Eso tampoco tiene lógica, pero hace parte de los cuentos que se tejen alrededor de la paz. Eso no va a solucionar nada. Lo que se tiene es que dar ejemplo a todo el país de cómo podemos todos aportarle una gotica a toda esta coyuntura que estamos viviendo”.

Lugar de integración
Una de las características que más llama la atención de Avenida Bahía Solano es que han confluido en él desplazados y reinsertados en una dinámica de convivencia.
Kachina, una indígena de la etnia Emberá, quien además de dominar el saber ancestral de la medicina natural, es profesional en Enfermería, expresó en sus propias palabras sobre Avenida Bahía Solano que “ahí nos sentimos tranquilos” y señaló que en otros lugares de Quibdó “a los indígenas nos tratan con burlas, son groseros con nosotros, por eso mi comunidad es tímida”.
Allí, a la orilla del Atrato también regresó Domitila Mena, partera de la comunidad, quien luego de nacer en Quibdó, vivió gran parte de su vida en el Urabá antioqueño, de donde posteriormente fue desplazada por la violencia.

“Para matar a un solo hombre lo acribillaron 16 y se lo dejaron tirado a su esposa y sus trece hijos”, cuenta Domitila, asegurando que por eso regresó “aquí, al lugar que me vio nacer”.  Y aunque cuando se le pregunta si en la zona todavía hay presencia de grupos armados, hace un gesto de tensión y se queda en silencio, finalmente añadió que “a mí no me hacen nada, me dejan tranquila por mi forma de ser, porque hago las cosas bien”.

Para Heiler, quien además de presidir la Junta de Acción Comunal es sobrino de Domitila, el secreto está en incluir a todos: “ El trabajo comunitario ha sido muy importante. Cada labor o cada jornada de las que se hacen en el barrio, tratamos de que la comunidad se una y tratamos de ser equitativos, de que en cada cosa que sea para beneficio de la comunidad, participen todos, indígenas, blancos o negros. Entonces eso ayuda a que tengamos esa unión, esa hermandad, esa solidaridad de unos con otros”.

Es por eso que el líder comunitario cree que su comunidad puede trazarse retos grandes: “Por quedar al frente de la ciudad de Quibdó, queremos visibilizarnos de una forma turística, en la que cualquier persona local o extranjera, llegue aquí a Quibdó y pregunte por Bahía Solano, de que tengamos la amabilidad de brindarle artesanías, platos turísticos y un recorrido mostrándoles las cosas bellas que tenemos en nuestra región”.

Solo resta que el Estado, por fin, voltee su mirada hacia el otro lado del Atrato.

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Un caso de exitoso de RSE
El programa de voluntariado de la Fundación Telefónica, que participó durante las jornadas de Vamos Chocó, constituye un caso de éxito de responsabilidad social del sector privado. En 2017 cumple 15 años promoviendo la acción social en 34 países y conformando una red de 27.100 voluntarios -empleados de Telefónica- en el mundo, que mediante cerca de 210.100 horas donadas anualmente, logran realizar unas 2.100 acciones con fines sociales.
En Colombia, durante 2016 participaron 1.672 colaboradores, que mediante 150 iniciativas sociales lograron beneficiar a 12.588 personas. Entre las actividades más relevantes, se encuentra la ejecución del proyecto Pasos (Padres Socialmente Sostenibles) en Cartagena, Cúcuta, Bucaramanga e Ibagué; un proyecto que busca entrenar a padres de familia en habilidades de ventas y que da la oportunidad a los más destacados de hacer parte de la fuerza de ventas de Movistar.

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