Recordar todos los logros son felices reiteraciones para quienes, de una forma u otra , han hecho parte de cada trozo de gloria de Atlético Nacional. Los ídolos y títulos siempre son los ejes de la existencia del equipo. Pero más allá de las obligadas referencias de orgullo colectivo estos 70 años, que llegan en tiempos en que Nacional superó sus umbrales de grandeza, bien pueden servir para evocar lo esencial, que en últimas, es lo que sostiene a un club con el paso del tiempo y mientras el balón no está rodando. Porque cuando un equipo se acostumbra a buscar el éxito los sencillos homenajes y gratitudes a veces se olvidan. 

Y por supuesto, el hincha debe estar en primera fila; ese que invierte sus recursos para acompañar siempre al equipo y nunca ha vendido su pasión. Pero también para el hincha que vive en Vaupés, Riohacha y Leticia, que no conoce el Atanasio Girardot pero es capaz de dar las razones de su pasión por un equipo surgido a cientos de kilómetros. 
Por los que saben que querer al equipo es también criticar y alzar la voz cuando es necesario, pero que jamás se les ocurrió empuñar un objeto para lanzarlo a los jugadores. 
Por los hinchas ilustres como Radiolo, quien durante 50 años amó y transmitió su amor por Nacional desde preferencia y su pequeño templo en el barrio el Trianón; con sus tangos y dichos,  y, sobre todo, con su ejemplo de cómo debe ser un hincha dando ejemplo de decencia e incondicionalidad.

Por famosos como él y otros menos conocidos como don José Miguel Hernández, magistral historiador oral de hazañas de tardes y partidos olvidados. Único capaz de recrear con detalle  centenares de jugadas y jugadores entre las décadas del 60 y entrados los 90, cuando sus piernas se cansaron de tanto andar y sus ojos no reconocían más que el color amarillo y algunas sombras familiares. Pero desde el balcón de su casa en el barrio Aranjuez siguió las correrías del Verde a través de su fino radio hasta que el corazón le dijo no más.

Lea: Conmebol suspende a cuatro jugadores por gresca en la Libertadores

Y también para los que hicieron su aporte desde la cancha, pero el tiempo, la opinión y la memoria colectiva les deparó un destino severo e injusto. De todos ellos también es un trozo de grandeza en estos 70 años; como Humberto el Turrón Álvarez, quien defendió con pies, manos y hasta su bolsillo ese proyecto inviable que era nacional en sus inicios, y hoy a sus 88 parece dilatar su partida esperando quizás que la gratitud por fin toque su puerta y no se acuerden de él sólo en fechas especiales.

También los hay recientes como Juan David Valencia, autor de uno de los goles más importantes en la historia de Nacional y que hizo posible la era Osorio y el posterior éxito. Hoy, el paso de Valencia por Nacional genera, como máximo, indiferencia.
Y claro, ante lo cruel y tajante que es el fútbol para muchos, también cabe gratitud para las familias de los jugadores, que soportan ausencias, dolores y alegrías y comparten a ese ser humano.

Gratitud también para los fundadores; esos señores remotos cuyos rostros e historias casi nadie conoce, pero que hoy su sueño es la realidad de millones de aficionados. Por los empleados que madrugan a Guarne y a Itagüí a trabajar fuera de la cancha pero con el mismo objetivo de quienes pisan el césped cada semana. Y claro, por los que vendrán después,  los herederos de una pasión. Para ellos será lo que entre todos los hombres mencionados han hecho durante  estos primeros 70 años, que son apenas un buen comienzo.