Todos esos hombres y mujeres muertos eran seres humanos que tenían derecho a la vida; estaban dedicados al servicio de sus semejantes en diferentes actividades; eran cónyuges, padres, madres, abuelos de personas que los necesitaban
El 30 de marzo de 1981, 69 días después de posesionarse como presidente de los Estados Unidos de América, Ronald Reagan sufrió un atentado en la ciudad de Washington. Uno de los testigos de ese acto repudiable exclamó: “Please, no once again!”, en evidente referencia al asesinato de John F. Kennedy, ocurrido dieciocho años antes.
Algo parecido me sucede desde hace varios meses: cada vez que oigo o veo una noticia que dice “Asesinado otro líder comunitario”, ruego en mi interior “¡Por favor, no otra vez!”, pensando con horror en el exterminio sistemático de exmilitantes del M-19, de la Unión Patriótica y de otros grupos que entregaron sus armas y se reinsertaron en los años ochenta y noventa del siglo pasado. En esa época fueron asesinadas más de dos mil personas, entre ellas cuatro candidatos a la Presidencia de la República para los comicios de 1990.
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Según el alto comisionado de la ONU para los derechos humanos en Colombia, en 2017 fueron asesinados 121 líderes comunitarios, y en lo corrido de 2018 van otros noventa, aproximadamente. Otros hablan de más muertos. El proceso pareció dispararse después de firmado el acuerdo de paz con Farc a finales de 2016, lo cual me hace estremecer pensando que pueda estar repitiéndose lo ocurrido hace veintiocho años.
Parece que no es así. Todo indica que en aquel entonces hubo un proceso sistemático de eliminación de esa gente, orquestado por fuerzas de la extrema derecha colombiana en coordinación con grupos paramilitares y con algunos sectores de las fuerzas del Estado, para evitar el acceso de exguerrilleros a la sociedad y a los cargos públicos. La justicia colombiana no ha sido capaz (?) de esclarecer esos crímenes.
Por el contrario, en la actualidad no se perciben ni una acción unitaria ni una causa única para estas muertes. Además, aproximadamente en la mitad de esos hechos las investigaciones han identificado a los responsables.
No por ello esos crímenes son menos graves ni menos preocupantes. Por esta razón es válido exclamar: “¡Basta ya! ¡No otra vez!”.
De acuerdo con la Fiscalía General de la Nación y con la misma agencia de la ONU para los derechos humanos en Colombia, los asesinatos recientes de líderes comunitarios se caracterizan por lo siguiente:
La verdad es que sí existe un patrón común en estos asesinatos: Todos esos hombres y mujeres muertos eran seres humanos que tenían derecho a la vida; estaban dedicados al servicio de sus semejantes en diferentes actividades; eran cónyuges, padres, madres, abuelos de personas que los necesitaban. Todas son muertes dolorosas, por ellos, por sus seres queridos y por la patria.
En Antioquia hemos tenido el caso sensible de asesinatos de líderes comunitarios en Ituango y en la subregión del Bajo Cauca. Cuando se refieren a esas muertes, el movimiento Ríos Vivos Colombia y otros enfatizan de una manera ligera que esas personas se habían opuesto a la construcción de Hidroituango, sugiriendo, irresponsablemente, que su muerte estuviese asociada con este hecho. EPM ha guardado silencio prudente y la Fiscalía ha confirmado que no hay relación entre una cosa y la otra.
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¡Basta ya de intolerancia!, dediquémonos a construir país y sociedad también a partir del disenso. Dejemos que las autoridades legítimas resuelvan los conflictos, ¡basta ya de fuerza bruta! Aceptemos al otro con sus potencialidades y sus falencias, pues nosotros también tenemos fortalezas y debilidades. ¡Basta ya de muertes! ¡No otra vez!