Johann Rodríguez Rodríguez descubrió que su vocación es transmitir el conocimiento. La discapacidad visual que padece no ha sido un obstáculo para él.
Cada vez que el profesor Johann Rodríguez entra a un aula de clase a principio del semestre, escucha que las voces se silencian y siente cómo cada estudiante se queda expectante. Se expande el mutismo. Siempre que se enfrenta a un grupo nuevo siente como si fuera su primer día como profesor y sabe que lo siguiente es romper el hielo, presentarse, hacer un chiste.
Esta es una clase diferente, pero las instrucciones son sencillas. Johann les dice a los estudiantes que no pidan la palabra levantando la mano y que cuando quieran participar deben decir su nombre y luego expresar su idea. No habrá tampoco explicaciones en el tablero, ni regaños porque no van a clase o porque saquen su celular mientras él habla. Les dice que se califica participación en clase, que varias de las notas serán exposiciones pero que también habrá parciales.
Así lo deja claro cuando se encuentra por primera vez con sus estudiantes en Eafit o en la Universidad de Antioquia. Este es la segunda ocasión en el que dicta Teoría del Estado, una materia de segundo semestre del pensum de Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia. A los estudiantes de derecho de esta misma universidad les da una clase llamada Observatorio de derecho laboral y seguridad social. En Eafit, por su parte, dicta Constitución y Sociedad desde 2014.
Cuando entra por la puerta del salón del bloque 14 de la Universidad de Antioquia, se sienta, recoge su bastón plegable, lo pone encima del escritorio y saluda a sus estudiantes. Desde su silla dicta toda la clase.
Johann es alto, acuerpado, con unas pocas canas que no debe saber que se asoman en su cabello corto. Su mirada delata su condición. Su ojo izquierdo permanece cerrado y el derecho se ve con un leve desvío. En su rostro se ve unas cicatrices desvanecidas por el paso de 26 años.
La luz se fue para él después de que a los ocho años su cuerpo soportó una explosión. La ceguera se la dejaron las esquirlas de una bomba y el absurdo de una guerra que hacía que en las calles de Medellín se respirara miedo. “Era el año 1991 y en la ciudad ponían bombas todos los días”, cuenta él sin cambiar el tono de voz, sin mostrar asomo de rabia, sin entrar en más detalles.
“Me dijeron que no iba a volver a ver pero no me impactó tanto. Me hicieron análisis psicológico antes de salir del hospital y el resultado fue que yo no necesitaba volver y efectivamente no volví. Para mi familia fue mucho más difícil, para mi papá y mi mamá, pero para mí no”, cuenta él
Su vida académica la ha hecho sin ver. Después del incidente tuvo que entrar a un colegio especial, donde aprendió braille, orientación y movilidad, y manejo del ábaco. Después de dos años volvió al colegio público donde estudiaba, a cursar cuarto de primaria.
Luego estudió Derecho en la Universidad de Medellín. Simultáneamente hizo seis semestres de Economía en la Universidad de Antioquia, desertó, pero luego reingresó para estudiar Filosofía. Ahora está cursando una maestría en Derecho y por su calidad de estudiante de posgrado le dan unas horas de cátedra.
En el 2002, cuando empezó a estudiar Derecho, su mamá y uno de sus amigos eran los encargados de leerle los textos. Después cuando empezó Filosofía ya no fue necesario porque la tecnología pasó a ser parte fundamental de su cotidianidad. Desde 2004 comenzó a leer con un lector de pantalla, que es un software con una voz que lee lo que aparece en el computador o en el celular.
“La aparición de la tecnología hizo que todo cambiara, porque yo puedo leer a las 3:00 a.m. como me gusta y puedo escanear un libro y repetirlo 100 veces porque el lector de pantalla no se cansa”, cuenta Johann.
El software de lector de pantalla lee las aplicaciones de su celular a tanta velocidad que se vuelve inaudible, pues él lo ha configurado así para convertirlo en una ventaja: “Con el uso constante me acostumbro y lo voy graduando, entonces cada vez lo pongo más rápido y eso ahorra mucho tiempo, me puedo leer hasta 50 páginas en una hora y la gente se puede demorar el doble”.
Las ayudas tecnológicas desplazaron el braille, pero en su bolso nunca falta la pizarra y el punzón, aunque no los ha usado en años, pues ahora escribe en el computador.
Johann despoja a la discapacidad visual de todo el misticismo y hasta del romanticismo con que en ocasiones es abordado. Asegura que tiene una vida común y corriente, la única diferencia es que tiene que usar más la memoria para recordar los recorridos y la ubicación de las cosas.
En lo único que se considera “un total inútil” es en la cocina, pues siempre ha sido su mamá la encargada de servirle el desayuno en las mañanas y prepararle el almuerzo.
“Es mentira que cuando uno tiene discapacidad visual agudiza otros sentidos. Uno le presta más atención al tacto y a lo que escucha pero eso no quiere decir que los agudice. Más bien agudiza la memoria. Yo recuerdo casi todo, los colores, las cosas, aunque ya no es tan vívido porque desde que perdí la visión he ido renunciando a la imagen, no me interesa, no suelo preguntar cómo es nada, ni de qué color son las cosas. Con las personas es igual. Tengo amigos que no tengo la menor idea de cómo son. Creo que hay personas ciegas que sí se imaginan a quien les habla, pero yo particularmente no lo hago”, comenta Johann.
En la clase de Teoría del Estado, mientas discuten sobre el estado de naturaleza según John Locke, una de las estudiantes, un poco distraída, levanta su mano para pedir la palabra. Luego hace un gesto de reprobación, culpándose por el gesto inútil, sonríe y dice: “Profe, con Carolina, tengo una pregunta”.