Cuando usted recibe una tarjeta de invitación con el código de vestuario a seguir, por elemental etiqueta y respeto con los anfitriones, se debe seguir al pie de la letra lo señalado. Hay personas que son impecables en este punto. También hay otras que por un oído les entra y por el otro les sale y se presentan sin nada parecido a la indicado o, peor aún, hacen unas mezclas insoportables.
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Estas invitaciones con el código de vestuario, son las invitaciones que más se analizan, se comentan y se comparan a ojo de los mismos invitados. Todos quieren saber quién es el mejor de todos.
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Acaba de celebrar por su aniversario una “fiesta de blanco” el Country Club Ejecutivos, el club que comenzó con la idea de llevar y arropar aquí en este bonito lugar de mucho verde a todos aquellos ejecutivos de la nueva generación de los 90, los que surgían a tener un lugar de reunión, recreación y familiarización. El Country Club viene con historia de socios “ejecutivos” desde 1997 y esta fiesta de blanco se dio para ese aniversario que corresponde a veinte años maravillosos. Este año con un balance de gestión muy bueno, crecimiento por todos los lados, en su infraestructura con la ampliación y adecuación del edificio central, lo que repercute en una mejor oferta de servicios para sus socios. Es de anotar que acaban de firmar una alianza con el Club Fizebad para que unos y otros puedan disfrutar de los dos espacios de recreación.
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La fiesta de blanco se dio en el deck de piscinas con orquesta, buenos platos de cena, picadas y blanco por todas partes. Uno de los temas que ha distinguido al Country ha sido su carta de restaurante, esta vez de la mano del chef Horacio Peralta.
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Todo en la vida tiene un espacio y un tiempo. La Galería La Oficia en ese espacio de la calle diez, esa casita metida entre el progreso que aporrea por lado y lado, casita de la historia de urbanismo de la ciudad, se mantuvo firme como una obra de arte durante 45 años.
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Su doliente del día a día, el que sabía qué pasaba entre pared y pared, el que ordenaba qué se colgaba o no, el que silenciosamente aparecía en sus espacios blancos sabiendo que él era el importante, así estuviera el presidente presente. Doliente que ya venía no como la primera galería, porque su nacer fue como su nombre lo indica en esa “oficina” de amigos arquitectos y luego la segunda sede en plena avenida La Playa y esta tercera en plena diez del Poblado.
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Esa casita sin letreo, sin identificación, sin logotipo, ni escudo de familia, medio gris y sin lenguaje de exteriores, ahora pasa a la historia, igual que pasa su doliente habitante, su dueño de sentimientos, su maestro curador del arte, arte que aquí se vivió, admiró y negoció entre un vino y otro vino, don Alberto Sierra. Se murió don Alberto y se cerró su casita. Antes de ponerle tranca a la puerta se dio hace unos días la despedida, obras a rematar, unas caras tristes, otras más alegres. El arte es arte y no le pertenece a nadie y el vino es vino y hay que celebrar.